Tú estás en el gobierno y a cambio de dar una adjudicación multimillonaria a una constructora cobras una comisión, en principio, para financiar tu partido. En principio, digo, porque a veces parte de ese dinero se iba quedando pegado en algunas de las manos por las que pasaba. Qué le vamos a hacer. Corruptos hay en todas partes.
Bueno, que a escote financiabamos el partido pagando más caras las obras a las constructoras compinchadas. Ese dinero se lo quedaba el partido y financiaba así actos electorales, autobuses de jubilados y gorras con gaviotas. No digo que esté bien, pero tenía su sentido. Utilizaban esta maniobras para hacer crecer su partido, para que su partido fuera el mejor y ningún jubilado se quedará sin autobús y ningún simpatizante sin bocadillo de jamón durante los apasionantes mítines. El partido era más grande y más querido y todos tan felices.
Pero no.
Los actos electorales contratados con ese dinero en lugar de ser los más lujosos son los más cutres, los bocadillos son de choped sin aceitunas y en los autobuses se axfisian las monjas y jubilados porque no hay aire acondicionado. Los stands son de cartón. Todo es de cartón porque todo lo han contratado con una empresa sucursal de la constructora compinchada que así recupera la comisión que les pagó. Compran porquería a precio de oro. Tal vez el beneficio neto para el político de turno es un traje de ganster, un coqueto bolso de louis vuitton, o un jamón de Joselito. Y a algunos les parecerá poco, pero es muy difícil ponderar cuanto vale que los ricos, los ricos de verdad, te dejen su dinero un rato para jugar con ellos como si fueras uno más. Pobrecillos.