Adolfo era un hombre muy celoso. No soportaba que ningún hombre mirara o hablara con su bella mujer. Tal vez por su avanzada edad, había visto despertar la primavera setenta veces y ella solo veinte cinco.
Ella era esbelta, con ojos tan celestes que insultaban el cielo; pelo lacio, con un oro brillante que enceguecía con el reflejo del sol. Labios tan suaves y armónicos que la Mona Lisa de Leonardo Da Vinci se hubiera sentido humillada.
El era un hombre poderoso en la industria financiera. Varias empresas le rendían pleitesía. El siempre decía que eso se lo gano con sus propias manos, nadie se lo regalo; tenía razón. De un simple empleado en un banco paso a controlarlo en pocos años para finalmente poseer el dominio de toda una seria de empresas. Su inteligencia era superior pero sus celos no. Tu terrible pie de Aquiles.
Nunca tuvo hijos o esposa, Anastasia era su único amor. A pesar de los insistentes pedidos de matrimonio, ella nunca lo consintió, solo acepto vivir con él y ser su mujer. Extraña decisión para una mujer tan bella y joven, pero eso es lo que quiso.
Para su tranquilidad y seguridad, le puso a Arnoldo como su custodió; en realidad, era su informante, él debía reportarle a todo hombre o persona que viera o frecuentara.
Con el tiempo, Adolfo comenzó sospechar de su propio informante. No era posible que su bella mujer, Anastasia, no estuviera en una situación comprometida. No era aceptable. El, tal vez, sería el amante.
Ideo un plan.
-Anastasia, por si algo me sucediera, te voy el código de una cuenta que tengo en Suiza, es todo lo que tenemos y nos podría salvar. Ten este papel - Le dijo en una noche muy lluviosa.
Pasaron varias semanas cuando un grupo, aparentemente de delincuentes, secuestro a los presumibles tortolos: Arnoldo y Anastasia.
Son llevados vendados y bien amarrados, a un lugar muy sórdido y oscuro, posiblemente cerca de los muelles de la ciudad.
Cuando le quitan las vendas de los ojos, ven también a Adolfo, maniatado también.
El líder del grupo apunta con un arma a Anastasia y le dice:
-Dime el código de la cuenta en donde están radicados los cien millones de dólares en Suiza.
La mujer se desespera, no sabe qué hacer.
El secuestrador líder le dice:
- Está bien, Adolfo será el primero en morir, por ser el desgraciado que nos priva de esta fortuna. Luego Arnoldo.
Apunta el arma a la cabeza del empresario y le dispara. La sangre, o más bien algo rojo muy profuso, sale y se esparce por el lugar.
Anastasia comenzó a llorar desconsoladamente. Su amargura no tenía consuelo. Parecía que su corazón se detendría, pero es más fuerte que ella.
Le dice:
-Está bien, se los diere.
Ni bien es liberada, masajea un poco sus muñecas que fueron fuertemente aprisionadas. Luego se levanta y en un muy hábil movimiento toma el arma del agresor.
-¡ Mataron a Adolfo, el amor de mi vida, no tengo razón para vivir !. Pero Uds. tampoco podrán obtener lo que quieren, malditos.
Apunta a su cien y se dispara.
Inmediatamente se incorpora Adolfo y le dice al cadáver:
¡No!…no…no…mi amor. Esto no era real….¡No! ….solo una farsa…eso…solo eso…no….
A veces dicen que los celos matan: en esta ocasión, fue muy literal.
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