LA CLASE
Por: Maria Elena Solís Alán
Érase una mañana de frío invierno, de esas con cielo plomizo cubierto de espesas nubes. Una fina y persistente garúa empezaba a caer, niños y niñas rompían filas y con pasos presurosos se dirigían a sus salones, la acostumbrada formación de los lunes no se realizaría.
Mientras, el profesor escribía en la pizarra el tema de la clase, los niños se pusieron hacer bolas de papel y se las tiraban unos a otros, las niñas se agrupaban para conversar y cada vez el bullicio era mayor.
¡Alto chicos! Dijo el maestro.
Ninguno parecía escucharlo y seguían en lo suyo
¡Por favor cállense! Clamó y continuó escribiendo.
El profesor tenía mucha paciencia y apenas le hacían caso. Continuaban con las mofas, las risotadas, el policía escolar hacía señas a todos para que se callasen pero nadie hacia caso. La cosa se hizo insoportable. Sólo tres alumnos de los cuarenta y dos permanecían sentados y observaban absortos. Uno había jalado el cuaderno de su compañero y le había roto la hoja. Una niña había tirado la cartuchera de otra y todos los lápices de colores yacían regados en el suelo. Otros corrían por el salón evitando ser atrapados. El resto vociferaban y se reían.
El profesor en vano intentaba apaciguar la batahola. Su voz se perdía en el griterío como el canto de las pardelas en el reventar de las olas. Estaba realmente agobiado. De pronto, la directora apareció en la puerta del salón.
- En un santiamén los escolares corrieron a ocupar sus sitios.
- ¡Están en un escuela y en hora de clases! ¿No se dan cuenta de eso? Acotó
- ¡Es inaudito! Han convertido el aula en un patio de recreo
-¡Es increíble que ustedes se comporten así!
¿Cómo es posible? Tienen que prometer que nunca más volverán a comportarse así. Si les llamo la atención es para hacer de ustedes hombres y mujeres de bien es nuestra responsabilidad en la escuela formarlos en el respeto a los demás y el buen trato prosiguió.
-El niño, sentado en la primera fila, con cara de buena persona y perfectamente uniformado levantó la mano.
- Buenas días Señora directora, como policía escolar de la sección del 1er grado, y en representación de mis compañeros, pido disculpas por nuestro mal comportamiento. –Continuó diciendo - No se volverá a repetir tan bochornoso incidente.
La máxima autoridad del colegio, perdida dentro de unos grandes lentes, miraba a todos los escolares en cuyos rostros asustados se reflejaba la culpabilidad de cada uno.
El educador de pie junto a su pupitre estaba helado, con ojos inmensos y cavernosos miraba a la directora sin saber qué hacer ni qué decir.
-Está bien ustedes deben quererse y respetarse aún el año está empezando y van a pasarla juntos y lo deben hacer de la mejor manera. Miró al maestro y abandonó el salón confundida con el sonido de su celular.
El pedagogo, con rostro de gran preocupación que le embargaba, caminó hacia la segunda fila. Niños, escúchenme por favor – dijo-
“La piedra es la peor cosa triste del mundo. No corre como el aire. Ni canta como el canario. Nunca camina. Está siempre como aterrada en el suelo. Es objeto de las más impías comparaciones. ¡Qué triste destino tiene la piedra!, sin embargo, la piedra convertida en personaje de un cuento puede dar muestra de seguir el camino correcto, de hacer el bien”.
- Hoy día leeremos el cuento semanal. Se titula: Los cuatro pedruscos
Hace mucho tiempo en un pequeño pueblo habitaban cuatro pedruscos, respondían a los nombres de: Pumita, Laja, Berroqueña y Sahcab.
Berroqueña, el líder del grupo, fiel a su naturaleza era muy testarudo, su palabra debía ser acatada sin dudas ni murmuraciones, no admitía que nadie lo contrariara. Laja no era tan diferente a su hermano, sin embargo admitía sus desaciertos algunas veces.
Sacab, el más anciano de los guijarros, era a veces más prudente aunque más de las veces obstinado con sus ideales.
Pumita, el menor de todos, era todo lo contrario. Se mostraba transigente, comprensivo y conciliador lo que hacía perder la serenidad a sus hermanos. Era por esta razón marginado y no considerado en algunos acuerdos del grupo.
Cierto día, llegó al pueblo Roco, anciano de blanca y luenga cabellera, llevaba sobre su encorvada espalda una raída alforja casi vacía y en la mano apretaba en un puño un cuarzo negro, que despedía rayos de colores al ser expuesta a la luz. El longevo hombre pidió reunir a todos los pobladores en la plaza principal del pueblo.
Así fue, sin embargo los pedruscos no estaban de acuerdo en un principio, el único que como siempre estaba resuelto a acatar fue Pumita. Tanto habló y argumentó que finalmente los cantos accedieron a regañadientes asistir a la convocatoria.
- Mi nombre es Roco, mis ancestros hace muchísimos años poblaron esta comarca.
- No había tanta desunión ni desgobierno como la hay ahora- prosiguió-
- Con pena veo que unos a otros buscan aniquilarse , el respeto al otro casi no existe y con profunda tristeza observo que los más pequeños emulan a su padres y nadie acata las normas dejadas por los abuelos - un acceso de tos interrumpió su discurso- Luego estirando el brazo mostró su mano empuñada.
- En esta mano tengo el cuarzo negro, legado de nuestros ancestros, - prosiguió-
- Nunca hubiera retornado por estos lares si la señal no se daba.
- Estiró lo más que pudo el brazo y lentamente abrió los puños.
- Un agudo y lastimero ¡AaaaaYYYYYYY! Se escuchó al unísono en todo el contorno.
Todos se cubrían con lo que podían el rostro ya que el fulgor del cuarzo era insoportable.
- ¿Lo vieron?
- ¿Qué significa todo esto? – inquirió Berroqueña muy enfadado
- Significa que deben abandonar el lugar ya que pronto será destruida la comarca. Y dirigirse al lugar donde los conduciré para que formen una nueva población y retomen las normas y enseñanzas de nuestros antepasados.
- Bah! No faltaba más- dijo el líder de los pedruscos –
- Hacer caso a un vejete decrépito ¡- iracundo - ¡Es un farsante, no crean nada de lo que dice!
Los pobladores, asustados por lo que habían visto, presurosos fueron a arreglar todo para abandonar el pueblo.
Pumita rogó y rogó a sus hermanos para que hagan caso a las indicaciones del anciano. Sus ruegos dieron fruto Laja Y Sacahb finalmente decidieron acatar la orden. Pero, Berroqueña no y con improperios en vano intentó que sus hermanos cambiaran de actitud.
A mediodía, cuando el sol lucía radiante, en medio de un cielo prístino y celestial decenas de pobladores subían las faldas del cerro.
- Berroqueña, hermano amado, - suplicó por última vez Pumita- vamos. ¡Únete a nosotros!
- Enfurecido - contestó- ¡lárguense! ¡Verán que nada pasará y se arrepentirán!
- ¡Pumita! ¡Pumita! ,- llamaron sus hermanos- pronto que ya nadie queda en el pueblo.
- Con los ojos llenos de lágrimas, miró por última vez, al hermano amado.
- Te quiero mucho y rogaré por ti alcanzó a decir en voz baja.
Berroqueña, ya ni escuchó entró a la casa y tiró la puerta.
Cuando, ya todos los habitantes del pueblo habían llegado a lo alto del cerro y de allí empezarían a descender por el otro lado. El cielo empezó a nublarse, gruesas y negras nubes la invadieron. Se oscureció de súbito.
De pronto un sonido ensordecedor como si el cielo se estuviera partiendo en dos se escuchó.
Luengas lenguas de fuego cayeron sobre la comarca, el cielo se tornó de un color amarillo rojizo.
Los que obedecieron al anciano formaron un nuevo poblado, donde regía el respeto por el otro y el cumplimiento de los preceptos. Fueron modelo de comunidad y vivieron en paz por siempre.
Tanto impresionó la historia a los escolares, que todos empezaron a hablar atropelladamente.
- Levanten la mano – indicó el docente - ¡por favor! ¡Así no nos entendemos!
Uno a uno se fue callando.
- El que había levantado la mano – comentó –
-Profesor, el cuento nos trae un mensaje que todos debemos comprender. Cuán importante es observar las normas para vivir en paz.
Así es Luisito, espero reflexionen sobre el mensaje del cuento y la responsabilidad de cada uno en ir construyendo una sociedad que busque vivir y convivir en paz.
Rinnnng rinnnnnng -se escuchó en el patio-
Pueden salir al recreo queridos niños.
Agosto del 2013
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