AMORES CIEGOS O PUERIL MISOGINIA

Como en los libros en blanco que leen los ciegos en la oscuridad de su eterna noche, leí nuevamente todas las líneas de tu cuerpo, inicua tarea, ya no me decían nada, pues con el uso y los años se fue extraviando lo bello de los signos y con ellos su secreto. Acepté entonces sin remordimientos estar ciego de ti a partir de ese momento.

Tal vez esta ceguera ante el remedo de tus corporales encantos es un castigo de las musas, como a Tamaris, por presuntuoso al haber tenido la osadía de amarte tanto. Ser ciego tiene sus ventajas a dicho el invidente Borges, para mí no ha sido así, pues sin serlo me limito a verte sólo en el breviario de mis recuerdos.

Y si no hay remedio para eso, transmutaré la visión en voluntaria ceguera como el célebre John Milton, ay, porque igual a él, no poder verte plenamente bella como antes, me significa hablar de un Paraíso Perdido “en este mundo oscuro y ancho”, que es precisamente el mundo de los ciegos.

No me niego a volver a quererte, simplemente no puedo si ya no eres bella, nadie admira la sombra del pavo real porque esta no alcanza a ser ni siquiera su reflejo. Tal vez en el último intento imite a Demócrito de Abdera quien se arrancó los ojos en un jardín para que el espectáculo de la realidad exterior no lo distrajera; o declarar enfático como James Joyce: “de todas las cosas que me han sucedido, la menos importante es la de haberme quedado ciego”… de ti, después de ser a quien más he querido.