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El niño Francisco de doce años terminó su desayuno el día domingo y se fue con su familia a misa. Trabajaba como monaguillo en ese lugar; pero en realidad no sabía mucho sobre esa religión. Sólo quería darle un aporte a la sociedad y cada vez que veía la imagen de Jesucristo sentía una gran esperanza que le daba motivación para continuar con sus creencias. Esa mañana la liturgia fue normal, sin ningún tipo de sobresalto; y como todos los que asistían a esa parroquia eran anticríticos, la pasaban muy bien, pues el hado los había favorecido bastante y no habían sido capaces de descubrir que eran máquinas que sólo sufrían.

Antes de terminar; Pachito, como le decían en su casa, se tropezó desde uno de los escalones que sirven para subir a la tarima y se le cayeron unas copas con las que había repartido el vino a los participantes del acto. Al caerse, un señor casado y con dos hijos miró su trasero, tentado sexualmente hacia él. Su mujer ya le conocía esas inclinaciones y le dio un codazo para que se calmara y dejara su mirada perversa.

Una mujer, regordeta, se acercó y lo ayudó a levantarse. Esta señora también tenía inclinaciones pedófilas, por lo que lo miró con cara como de marrana. El niño se asustó, y sintió que su rostro se helaba, aunque ya sabía algunas cosas acerca de sexo; y como era fibroso, es decir, poseía muchas fibras nerviosas que le permitían experimentar mucho dolor y al mismo tiempo ya lo excitaban, se sonrojó un poco y luego regresó a su lugar.

Al finalizar el culto, Francisco se quedó un rato más con el sacerdote, y le dijo que quería confesarse; necesitaba contarle algo muy importante. Le pidió a su familia que lo esperara afuera y cerró la puerta del recinto. El eclesiástico aceptó, y después de terminar la logística de la ceremonia, y despedir a todos los feligreses, llevó a la criatura al confesionario. Allí, el religioso lo escuchó diciéndole que todo lo que iban a hablar iba a quedar entre ellos.

Pachito le dijo que le iba a contar algo sexual, y el clérigo se sintió incómodo. Para él no era normal que un niño quisiera contarle algo de esa temática; no obstante, el cura le respondió que no había ningún problema, que podía contarle todo lo que quisiera. Pachito le dijo que por las mañanas, cuando se levantaba, amanecía con el pene erecto, pero no sabía qué hacer con él. El clérigo no se sintió excitado, y le dijo que ese tema tenía que hablarlo con sus padres.

A pesar de esto Pachito siguió insistiendo, diciéndole que le daba pena hablar de eso con sus progenitores; y que prefería que él le enseñara a usarlo. Discutieron por un breve momento y finalmente Pachito convenció a su maestro espiritual para que le enseñara cómo debía usar su miembro. Entonces el padre le dijo que se metiera con él en su sección; el niño se bajó su pantalón, su pene se puso erecto en unos pocos segundos y el padre empezó a masturbarlo, diciéndole la dirección en la que debía masturbarse. Abajo y arriba, repetidamente.

Pachito estaba disfrutando, y le dijo que no parara, que continuara. El sacerdote continuó, hasta que finalmente Pachito eyaculó, por primera vez, y su mente se oscureció justo en ese momento. Mientras tanto el cura sonreía para luego limpiar el semen con su pañuelo personal. La pregunta sobraba, sin embargo, el clérigo no quiso dejar de hacerla - ¿Le gustó? -. Pachito sonrojado, dijo que nunca había tenido una experiencia tan extraña e interesante, y dijo que sí.

El niño se devolvió a su hogar con una gran sonrisa, y el cura lo despidió sonriendo con una alegría lujuriosa. Pachito salió del recinto y se devolvió para su hogar. Sus padres lo esperaban afuera. Regresó alegre sin sentirse abusado de ninguna manera.

Texto agregado el 08-12-2014, y leído por 202 visitantes. (1 voto)


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