LA VENGANZA
El oficial con sus ojos irritados por la cólera, miró al detenido haciendo un rictus con sus labios. Lo tomó por un brazo empujándolo con fuerza hacia el corredor del pasillo de la casa. Esposado, lo introdujo de manera vertiginosa dentro del vehículo. El hombre con los ojos ensangrentados lo miró enfurecido. Sus ojos brillaban como un relámpago en una noche obscura de tormenta. El cuerpo tenso y agarrotado se contrajo debajo de su vestimenta. No podía contenerse. La impotencia doblegaba su instinto. Dos lágrimas rodaron por sus mejillas agrietadas.
Por su mente acalorada pasó como un rayo el motivo de su detención. La terrible e inesperada muerte de su hijo por una sobre-dosis de cocaína. El dolor lo embargó al escuchar las lamentaciones de la madre llorando al único hijo de su entraña. Aferrada al ataúd, se estremecía sobre el féretro como si fuera la tabla de salvación de su desdicha.
Armándose de valor, pistola en mano fue a la casa del responsable de la muerte de su hijo. La venganza era lo único que calmaría su alma afligida. No había otra manera de resarcir el daño causado a su familia y, a toda la sociedad. Su hijo, no era el primero que había fallecido a causa de la ingesta de estupefacientes. Días antes de su deceso, la hija de un compadre suyo, la encontraron convulsionando, con calentura, atragantada y los labios deshidratados por una sobre-dosis de las drogas; así mismo, el hijo menor se pegó un tiro en la cabeza al saber la nefasta noticias de la muerte de su adorada hermana.
Sin pensarlo dos veces, penetró al interior de la vivienda del narco con la pistola martillada. Segado por la rabia, en ningún momento pensó en la represalia de aquel individuo al penetrar armado en su casa, protegida por las autoridades del lugar.
Lo vio muy tranquilo, como si no hubiera pasado nada, calmado, sentado con una copa de whisky entre la mano.
Sin mediar palabras, el hombre levantó el arma apuntando con ella al responsable del fallecimiento de su unigénito.
Accionó lentamente el gatillo diciendo « ¡Muere maldito!»
Fue cuando entonces, de la nada salió a escena el militar, propinándole por detrás, tremendo golpe en la cabeza, dejándolo tirado allí inconsciente.
Maltrecho al volver en sí, fue esposado y luego conducido de manera atropellada a la cárcel del poblado, lleno de rabia e impotencia, sin poder consumar el propósito de su venganza.
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
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