Evangelio según Otrebla Los Reyes Magos
Por las extensas dunas de un desierto infinito, avanzaban tres aventureros con sus camellos:
-Gaspar, me parece que nos dieron mal la ruta.
-¿Por qué me lo dices?, Melchor-
-Ya van como 15 días que nos metimos en este infierno en el que transitamos y sospecho que andamos dando vueltas en círculos..
-¿Y la estrella?
- La visión de Baltasar indica que siguiendo su curso encontraremos nuestro destino.
-¡Dame un poco de mirra!- Reclamaba Melchor Al Abdul
Las propiedades curativas de este producto que se extraen de las cortezas de los arboles generan curas reales y espirituales.
Reales como las enfermedades respiratorias por sus virtudes antisépticas y expectorantes.
Entre las psicosomáticas, curan la depresión, la irritación, y los sentimientos de envidia. Eran curas tan necesarias para estos nobles que buscaban en la epopeya que habían iniciado, un motivo para seguir luchando.
Con el incienso como complemento lograban una armonización entre el grupo que los hacían mantenerse unidos, sus largas fumatas llenaban los espacios, alejándolos de malos pensamientos armonizando sus duras jornadas.
Si bien la desesperación se presentaba muy a menudo, el humo que generaban la combustión de las los inciensos y las mirras, les hacían olvidar el sufrimiento de transitar esas inhóspitas tierras.
Melchor fue el de la idea de llevar oro, con él podrían alimentarse y beber desaforadamente sin apremios. En aquello tiempos el agua era el principal elemento de transmisión de enfermedades por lo que habían decidido suplantarla con el vino. La sed obligaba a beber grandes cantidades que los dejaban tendidos dentro de sus carpas.
Baltasar Abdul-Malak, manipulaba extraños elementos de astronomía y les aseguraba que iban en el rumbo correcto.
Solo avanzaban de noche, las altas temperaturas sumadas a las pocas referencias en el firmamento los recluían durante el día, siendo la noche el medio habitual para continuar su periplo. Los trayectos los hacían un tiempo montados en sus camellos y otros caminando al lado de ellos.
Baltasar estaba convencido que si recorría el paramo en sentido al oeste siguendo la estrella se encontrarían al Mesias que tanto habían esperado.
Los pocos oasis que se le presentaban apenas les permitían a sus animales a recuperar la fuerza.
-¿Baltasar, falta mucho todavía?
-Muy poco, según lo indica mi astrolabio. Este instrumento de medición del cielo, que la humanidad lo conociera al menos mil años después que Baltasar, lo había obtenido de un encuentro fortuito en su Alejandría natal fruto de un desarrollo hecho por monjes que celosamente guardaban en sus monasterios. Baltasar logró obtener el preciado elemento a cambio de los últimos seis camellos que disponía ya no iba a necesitar mas. El aparato le indicaba con precisión el lugar.
-La estrella luminosa en el poniente nos indicaba el lugar justo. Estaremos a unos 40 kms del lugar elegido.
-No puede ser.- Replicaba Melchor-, es una zona de establos en la afueras de Belén. No puede existir en esa zona un templo que pueda albergar al Mesías.
Ya con el sol que comenzaba a alzarse por el este se detuvieron en la que sería su última parada, para la noche emprenderían el avance final hacia su destino. Era un 5 de enero de un invierno riguroso por las noches y pendenciero durante el día.
La noche estrellada fue la fiel compañera de sus sueños, se pusieron sus mejores atuendos dejando entre la arenas los harapos de la expedición.
Luego de haber transcurridas 6 horas a paso forzado comenzaron a divisar un establo con ovejas y aves de granja.
-Al menos vamos a tener algo para comer- Afirmaba Gaspar Abedrapo
Se acercaron sigilosamente al pesebre en busca de comida cuando la sorpresa invadió el espacio. La luz que seguían alumbraba a la Santísima Trinidad impensada para los recién llegados. Estaba un padre y una madre con su hijo de escasos 12 días. Y en el establo de Belén, Dios, su hijo y el Espíritu Santo en ritual conjunción. Se arrodillaron reverencialmente y les ofrecieron todo lo que tenían, oro, incienso y mirra, y que sus habitantes agradecieron por la nobleza de sus actos.
-Que bebe tan lindo, admitió Gaspar
-Que emoción encontrarlo, se sumo Melchor
-Hoy va a ser el primer día de nuestras vidas, se confesó Baltasar.
Su encuentro continuó con un banquete en que no falto nada, coronando este diminuto contingente el comienzo de la Cristiandad.
Las primeras luces anunciaban el 6 de enero.
OTREBLA
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