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LA JAPONESA DEL ATLANTICO

Debo haber tenido ocho años, si ocho exactamente, cumplidos en diciembre. Era enero de 1939. Partimos esa mañana desde el puerto húmedo y frío. Mi madre tenía mi mano muy apretada a la suya, mientras que mi padre nos abría paso para poder subir al barco que nos llevaría a América. Yo usaba mi nuevo abrigo de paño azul con seis grandes botones en el frente, sombrero de paño también y medias de lana tejidas por la abuela, que picaban detrás de las rodillas. Me habían permitido llevar a Teddy, mi osito de felpa que iba muy apretado a mi costado.

La nave se echó a la mar y una vez instalados en el camarote, dejé acostado a mi oso en la cama y salí a recorrer el barco, era gigante, recuerdo el impregnante olor a hierros recién pintados. Fortachones marineros recogían sogas pesadas y húmedas, olorosas a mar y las acomodaban como serpientes enroscadas descansando en los rincones de cubierta. De pronto se escuchaban chirridos de metal y el chapotear de las olas contra la nave, las gaviotas ya no nos acompañaban, mi padre me indicó que esa era señal que estábamos lejos de tierra. Al tercer día ya conocía casi todos los rincones del barco, los marineros me saludaban y en una ocasión el capitán me regaló una galleta de avena que guardé como un tesoro hasta llegar a Panamá. Nuestro viaje terminaría en Guayaquil y de allí debíamos viajar a Ancón, nuestro destino final, nuestro nuevo hogar nos esperaba. Papá había sido contratado para trabajar en una refinería petrolera. Todo era nuevo para mi, mágico y encantador. Un nuevo mundo se abría ante mis ojos.

Esa mañana en mi diario recorrido, me llamó la atención una pequeña mujer recostada sobre una de las butacas, estaba cubierta por una manta y llevaba gafas para sol en un día nublado. Sus manos juntas, una encima de la otra sobre la manta, muy finas, muy blancas, parecían de cera, hermosos anillos brillaban en sus dedos. Me acerqué de a poco para mirarla mejor, fingiendo que jugaba saltando sobre un pie. Ella no se despertó con mi presencia. Me alejé jugando y pensando en sus manos. En la tarde luego del almuerzo, la vi otra vez, una mujer joven la acompañaba hasta la butaca, le ayudó a sentarse y la cubrió con la manta, permaneció un momento junto a ella y se marchó cuando la mujer le hizo un gesto de que se marchara. Esta vez tenía la cabeza cubierta con un hermoso pañolón de seda, rosado y con finísimos flequillos que caían a los lados sobre los hombros. Las gafas para sol y las manos hermosas llenas de anillos presentes. Me acerqué y ella se sacó las gafas y me saludó. Sus ojos rasgados me llamaron la atención, era la primera vez que veía una japonesa, su piel era hermosa, lisa como una porcelana, al igual que sus manos, su vestido tenía bordados diminutos pajaritos sobre ramas llenas de hojitas, no podía quitar mi mirada de ellos. La señora me saludó en perfecto inglés y yo le respondí. Me preguntó cual era mi destino y con quien estaba y yo se lo conté. Ella me dijo que su hijo era Embajador de Japón en Panamá y que iba a visitarlo por unos meses y a conocer a su nieto de un año. Luego me dijo que fuera a jugar que ella debía hacer la siesta. Me fui en silencio saltando y buscando nuevos rincones.

Cada mañana y tarde veía a la señora reposando con su manta y sus manitas juntas. Pasaba junto a ella la saludaba y ella respondía. Al atardecer se levantaba con ayuda de la mujer que la acompañaba y se retiraba a su camarote.

Esa tarde, cuando pasé junto a ella y la saludé, ella no respondió. Se habrá quedado dormida pensé y seguí de largo, no sin fijarme que sus brazos colgaban a los lados de la butaca. Las honras fúnebres fueron al día siguiente, mamá me vistió con el traje gris y me dijo que permanezca en silencio mientras el capitán decía las oraciones. Todos rezaron e hicieron un cántico mientras el cuerpo de la madre del Embajador, envuelto en sábana blancas, era depositado para siempre en el mar.

Texto agregado el 07-12-2014, y leído por 202 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-12-2014 Una historia hermosa y triste a la vez. Las descripciones nos hacen viajar junto a ti. Saludos. kharey
07-12-2014 Hermosos los símiles de las sogas y los olores del mar. Hermosas las descripciones plasmadas. La trama triste, pero bella. La narración limpia y serena como son los lagos cuando están felices. Me encantó, Munda querida, un abrazo enorme. SOFIAMA
07-12-2014 Una tristehistoria, bien narrada.Un Abrazo. gafer
 
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