Ella era real, aunque para mí no lo era, la conocí a través de una caja electrónica: con luces y sonido; en ese tiempo no reflejaba su color real, pero aun así era demasiado bella, esculpida a mí gusto (el cual era muy exigente), su cuerpo amasado y casi perfecto, rostro angelical, voz sensual y tierna.
Soñé con ella en múltiples ocasiones, fue mía en todos los tiempos, hasta que se desvaneció sin darme cuenta según fui creciendo. Nunca supe su nombre, ni el país de origen, pero estuve con ella y ella conmigo, aunque ella nunca se enteró, al menos que mis sueños hayan calado hasta los suyos.
Si mis sueños se conectaron con los de ella, tuvimos una vida juntos, felices por todos los rincones y saboreando los paisajes de la vida, respiramos un mismo aire, de hierba buena y canelilla, que perfumaban mis sabanas, al despertar en algunos días. Nunca me dijo que me quería, pero se entregaba por completo y los dos éramos protagonistas, de esa película de vaquero, que vi en una noche fría.
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