Otro cuento de Terror
Con el último suspiro se desplomó en la cama y apenas le alcanzaron sus fuerzas para programar el despertador para el día siguiente.
Los restos de unos tallarines recalentados en el microondas despidieron a Laura de la cocina, cuando la noche entraba en escena.
-Un día complicado para ser viernes- discusiones permanentes y habituales y un ulular de teléfonos que todavía resonaban en su cabeza.
El callcenter en el que trabajaba no paraba de recibir quejas de usuarios de teléfonos celulares, situaciones difíciles que pocas veces podía resolver.
Tenían las respuestas casi tabuladas: verificación de los datos del usuario, argumentos creíbles por el pésimo servicio y un número de gestión por el reclamo.
Con su casi dos años de estar en la trinchera informática adquirió una gimnasia que le permitía salir airosa de cualquier situación. Había armado un vademécum de escusas para salvarse de los insultos y proteger su trabajo.
La justificación del día habían sido las tormentas solares y los rayos cósmicos que interferían las comunicaciones. La falta de mantenimiento e inversión tendría que haber sido la respuesta, pero les estaba vedado por las estrictas normas de la empresa, que celosamente eran monitoreadas y grabadas por sus supervisores.
-¿Qué demonios son las tormentas solares? ¿No puedo mandar un mensaje y me viene con el cuento del clima?
-Señor, lo que le describo es un hecho excepcional por efectos del calentamiento global y la capa de ozono que interfiere en la comunicaciones. Esta situación escapa a nuestras posibilidades como empresa. Su número de reclamo es 12303239.
-No sabes con quien te metiste- balbuceo el indignado abonado.
Una habitual amenaza que por primera vez la sintió real
Pudo más el tedio que la zozobra por la intimidación, aunque resonaba en sus oídos aquella última frase del indignado cliente:
-Avenida del Libertador 3231 Sexto “D”, allí estaré esta noche para que me lo expliques personalmente. Ya anoté el número de reclamo: 12303239
-Gracias por comunicarse con Tel-Phone- Respondió amablemente Laura
Fue la última comunicación que mantuvo con aquel individuo que conocía exactamente su lugar de residencia.
A una hora indefinida de la noche sonó el teléfono en el dormitorio de Laura; eran alaridos sonoros de un aparato que agonizaba pidiendo ser cargado.
Con un sonambulismo fruto del sopor, avanzó golpeándose con cuanto mueble se le cruzara por el camino; fue hasta el living en busca del cargador, encendió las luces al tiempo que se le enceguecía la vista. Cuando sus pupilas lograron regular la intensidad de la luz hurgó por su cartera y saco el cargador.
En ese instante advirtió que la puerta de entrada de su departamento estaba abierta.
Se le vino a la memoria el incidente con el desdichado usuario que no podía mandar el mensaje.
Su primera reacción fue girar rápidamente en busca de algún hecho que explique su aparente descuido, mientras sentía que su corazón quería emerger de su pecho.
Pensó en salir corriendo de su casa en busca de ayuda, una paranoica medida que sustituyó poniendo cerrojo a la puerta.
Volvió temerosamente a su dormitorio y un pavor infantil se apoderó de su ser. De niña siempre fue tentada a revisar por debajo de la cama en busca del Cuco que se la comería de no conciliar el sueño, aunque nunca se animó a hacerlo. Sabía que si se dormía nada malo le podía suceder.
Puso a cargar su teléfono y de un salto se zambulló entre las sábanas. Es difícil estimar el tiempo en las noches de insomnio, máxime con una vigilia forzada.
Esta vez utilizó una técnica que nunca fallaba, taparse toda. El estrepitoso estallido del teléfono alteró la calma en la quietud de la noche, esta vez era una llamada.
-Hola- alcanzó a responder
Alterada por el silencio como respuesta, esta vez ensayó un grosero passaggio a agudos lamentos de una voz entrecortada:
-¡Quién habla!
Sintió que se le detenía el corazón al escuchar su propia voz del otro lado del teléfono. La llamada provenía del mismo cuarto en el que profería los gritos. Eran los ecos de la tragedia.
Solo esperaba despertar sobresaltada por la pesadilla, un ingenuo recurso que podría llevar alivio a su desdicha.
Seguía temblando como una hoja, se hallaba en el centro de la cama calculando los metros que la separaban de la puerta de entrada. Ya sabía el intruso que había sido descubierto, sin embargo no se advertían movimientos. Intentó gritar y no podía emitir sonido.
Trataba de hilvanar alguna idea y solo le llegaba a la mente imágenes de los rayos cósmicos y tormentas solares que para nada podían ayudar en ese momento. Un repentino corte de luz, apagó las pocas ilusiones que le quedaban. Optó por refugiarse en el mundo imaginario que solía trasportarla su abuela cantándole nanas para poder dormir:
“duérmete niña, duérmete ya, que viene el coco y te llevará”
¿Llevará o comerá?, no recordaba con claridad la letra de esa canción de cuna que apaciguaba sus ánimos y lograba conciliar el sueño.
Mientras discurría absorta en banales cuestiones, se sentó en el borde de la cama y sintió como la fuerza de unos brazos prensaban sus piernas desde la alfombra.
Quiso huir pero la feroz resistencia de unas manos diabólicas la hizo caer de bruces al suelo.
La escasa luz que emanaba de los neones del cartel del viejo hotel que la hospedaba dejo entrever el filo de un cuchillo amenazante poco después que liberaba sus piernas del improvisado cepo.
-¡Ya es suficiente!, me tengo que despertar- rogaba en silencio una magullaba y desdichada Laura.
En un intento por alcanzar la puerta del dormitorio se topó con el fornido cuerpo de su agresor que la comenzó a apuñalar al ritmo de cada número de su reclamo:
Uno, dos, tres, cero, tres, dos, tres, nueve. Fueron las últimas palabras que pronunció su agresor y que siguió repitiendo mientras huía por las escaleras.
Mientras agonizaba en un mar de sangre quiso intentar llamar al 911 pero su celular estaba fuera del área de cobertura de “Tel-Phone”.
OTREBLA |