Es algo complicado estar deprimida a estas edades ¿Sabés? Con el estudio en la garganta punzando, no tener dinero para acabarlo, o tener la carrera y nada de trabajo, buscarte lugar donde vivir, la salud de tus viejos, los amores insipidos que ya solo rinden recuerdos. Sí, es un poco jodido, lo peor es guardarlo, pero se juega y es así, ya la vida te enseñó en este corto tiempo, que amigos, amigas y amantes son un puñito, existen, aunque contaditos.
El problema es que no podés ir a pedirle consuelo a los desconsolados, las pequeñas comunas de tu mente, tus camaradas queman sus propias barricadas ahora, y están tan deprimidas como vos, o tanto más.
Simplemente se guarda el luto para abrazar el entierro ajeno, porque ya el pacto fue hecho hace tiempo. Entre compas, existimos porque nos necesitamos, aunque el tiempo nunca para y nos quedamos en stand by creyendo que los años no pasan de la amistad.
Una se vuelve entonces voyerista social, empezando a poner atención a lo cotidiano, para sobrevivir a la rutina, no ahogarse entre la caja registradora y los reclamos espurios de la clientela. Los porqué nunca son seguros, pero siempre se juega a saber.
Después ya no se comprende bien, hay un afán de arrancar la minima explicación, cualquier excusa que ayude a no ahogarse en existencialismos, preocupaciones de cuentas por pagar o la dulce procrastinación de recostarse en la mecedora del corredor a mirar el llano.
Justo entonces reventás, terminás de comer y tu plato aún está caliente, tu cabello ya no se arregla ni cortandolo y corrés de vuelta a las charlas de canela, al café de las cuatro... Pero tu memoria ahora es un lote vacío, tus charlas ahora son una zapatería, ya nadie vive en el centro, no tenés dónde ir y no conocés a nadie, siempre te sentías perdida por dentro, ahora también por fuera, todo resulta igual de ajeno. Y la única manera de seguir es siendo como La Zorra y las uvas, al fin y al cabo, sonreir no es lo nuestro. |