En el pretil de la azotea, inmóvil, La Gata se enfrenta a un mar de tinacos cilíndricos, negros, antenas de televisión, tendederos donde ondean como banderas multicolores camisas, pantalones, vestidos, sostenes, calzones,camisetas, blusas, pantaletas, faldas, toallas, sábanas... Los ojos amarillo verdosos de La Gata brillan. Los sonidos de la calle le llegan deformados, mezclándose. La Gata entrecierra los párpados. Como islotes, robles, cedros, palmeras de largos y delgados troncos, con sus penachos de ramas se levan hacia el cielo, asomándose de los patios interiores. De alguna ventana se escapan las notas de una cumbia. Tanquess de gas, paredes cubiertas de buganbilias. En algún corral alguien está quemando hojas y hierbas secas, basura. Todo está inmóvil. Apenas inicia el otoño, pero todavía se siente un calor húmedo. Es mediodía. Medio nublado. Está vaporizando el agua que dejó el chubasco de anoche. ¡El gasss! Pasa el camión repartidor. Pronto desaparece. Una mujer cepilla la larga, risada, cabellera negra recién lavada, dos azoteas más allá. La Gata permanece inmóvil. Observa sin perder detalle. Arriba, las nubes apenas si se mueven, navegan despacio. nubes blancas, panzonas, con ribetes luminosos. La Gata mueve la cabeza hacia el lado izquierdo. La vecina de la casa de enfrente sacude una cobija en la ventana. se miran por un momento. La mujer desaparece en el interior. Pronto las nubes se han tornado grises. En el horizonte se dibuja el garabato del relámpago. Luego viene el trueno, y empiezan a caer las gotas gordas. La gata abandona el pretil de la azotea, se dirije hacia la escalera. Enciende un cigarrillo y baja hacia la planta baja. Afuera, se desata el chubasco. |