Estoy acá aguantándote explicarme la oficial como si yo para llegar a las segundas o terceras no hubiera traspuesto las primeras. Seguis la catequesis, te miro como miraba a los cobayos que roían los cables de la heladera en la casa de mi abuela. Crees en todo lo que lees, me estampás, como si yo careciera de criterios. A las mujeres hay que enseñarles los que está bien y lo que está mal, soltás. Me confrontás como si yo te confrontara. Ya no trato, tan cansino es advertir a un jíbaro que para tener opinión propia primero hay que llenar la base de datos, que prefiero contemplar cómo caen las hojas del árbol del otoño. Vos, me decís, no serias capaz de jurar sobre la Biblia.
Mi risa es tonta cuando me levanto a buscar el libro de mi madre y con la mano encima perjuro mi nombre, mi edad, mi sexo, mi país de nacimiento. ¿Quién es el que cree en lo que está escrito? pienso entonces ¿quién es el que cree en lo que está escrito y sin haberlo leído?