No escasean esos personajes grandilocuentes que hablan de múltiples propiedades, de una tracalada de millones y una vida azas envidiable. No escasean ni tampoco son demasiados, pero basta encontrarse con cualquiera de ellos para que uno se ponga en guardia. Su lenguaje no sabe de minucias, todo es lujo y potestad, la vida se les presenta como una vianda repleta de exquisitos manjares.
Pero, y aquí está el punto, cuando uno les sugiere una cooperación modesta, el pago de una deuda o una mísera chaucha, muestran sus bolsillos vacíos y se deshacen en disculpas. Bueno, en parte, aquello es entendible. ¿Cómo va a aportillarse los bolsillos con devaluadas monedas alguien que está acostumbrado a manejar chequeras o tarjetas doradas? No es tan así, ya que tampoco portan en sus alforjas dinero alguno, sea este de papel o de plástico. Y es allí cuando uno comienza a imaginarse que el susodicho sólo se alimenta de volutas ilusorias y se les infla el ego delante de cualquiera con que se encuentre.
Ejemplificando, conozco un señor que se muestra siempre demasiado ocupado en transacciones fatigosas en donde las cifras alcanzan varios ceros a la diestra. Es todo un personaje este señor, siempre sudoroso y barbón, sin traza alguna de haber comulgado con un peine o con la rasuradora. Así, bajo y regordete, con una lustrosa carpeta bajo el brazo, realiza sus transacciones a vista y paciencia de todos, bebe café como un condenado y se mesa sus pocos cabellos vaya a saber uno por qué contrariedad. De pronto, se queda pensando, afirmando su abultado mentón bajo su mano mugrosa, pide un café y lo deja enfriar mientras continúa con sus devaneos.
Según él, anteriormente ganaba millones (tres o más palos, según su jerga), pero renunció voluntariamente a esa fuente laboral cuando vio conculcados sus derechos. (Uno se lo queda mirando y pensando que contrariedad podría obligarnos a despilfarrar una fortuna así tan gratuitamente).
Ahora bien, llegado el momento de cancelar el importe, se disculpa con desmedida humildad y ruega que se le fíe lo consumido. Y qué le va a hacer uno, sino quedarse perplejo y suspicaz, elaborando una y mil teorías ante tal contradicción.
Hace poco, se entusiasmó con unos cuadritos artesanales que ofrecía tal señor. -¡Hágame diez y se los cancelo el fin de semana!
Se veía tan interesado el hombre que nuestro amigo puso todo su empeño en fabricárselos.
Allí aguarda el pobre que aparezca el controvertido señor. Su paciencia se ha agotado y ya casi ha perdido toda esperanza.
Del tío grandilocuente, ni luces. Y eso que concurría todos los días a realizar sus transacciones y a servirse su café. Su fantochería debe haberle llevado a nuevos derroteros y así, debe andar de boliche en boliche, escapando de sus propias fantasías, huyendo de sí mismo, como si el mundo fuese más grande de lo que es y sus embustes no tuviesen fin.
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