El ama de casa en su afán de tener todo limpio no la para nadie.
Su manera de guardar las cosas, que su media naranja deja tiradas, es muy sencilla, simplemente guarda en el cajón más cercano y se olvida de ello. Cuando el marido a última hora busca el discurso que tanto trabajo le costó para leerlo en su ingreso en el club “los amigos del saber”. Lo busca, lo busca sin encontrarlo jamás. Improvisa en el club con el disgusto de los que lo escuchan, pues no están para oír sandeces. Al paso del tiempo y mientras busca este marido sus lentes encuentra el discurso. Misteriosamente estaba en el entrepaño más alto de la despensa, ni él se explica por qué buscaba los anteojos en este sitio. Desde luego no los encuentra en ningún lado.
Los aparatos electrónicos tienen fobia al trapo de limpiar. Después que la señora los deja rechinando de limpios todo les falla. A veces ni el técnico que los repara encuentra el fallo. Es común que cuando el marido en la noche, después de trabajar arduamente durante todo el día, prende la televisión, situada en la sala de la casa, para ver su partido de futbol encuentra sólo silencio y oscuridad en la pantalla televisiva, al preguntar a su esposa: “¿qué le hiciste a la televisión?” Ella con displicencia sólo le contesta: “nada” y sigue tan tranquila mirando su telenovela en la tele que tiene en la cocina. Cosa rara, ésta nunca se descompone.
El ama de casa en ocasiones parece pulpo, el hombro derecho pegado cerca de la oreja sostiene un teléfono inalámbrico, con una mano prende la estufa mientras con la otra, armada del infaltable trapo de limpiar, le da una repasada a la mesa adjunta de la cocina. El marido tiene que hacer una llamada urgente a su oficina, pero la charla de la señora es interminable. Con paciencia espera que ella termine, y cuando esto sucede él está en el baño. Cuando se dirige al aparato telefónico, suena de nuevo el timbre y la señora de la casa en un acto de prestidigitación toma el otro teléfono inalámbrico e inicia un parloteo que no tiene fin.
Parece mentira lo que voy a referir. El marido tiene que trabajar toda la noche en la oficina pues habrá auditoria. Él y su jefe deben preparar toda la documentación que ha quedado pendiente. Ya de madrugada el jefe para no pagar tiempo extra al empleado, lo deja ir a su casa y que descanse todo el día. Después de pasar toda la noche en vela, en seco, sin ningún reconstituyente alcohólico sólo un mal café. Ya en su casa con grandes ojeras y la cara desencajada le dice a su bella consorte: “voy a dormir” y se mete a la cama. Pero, nunca se había dado cuenta de los ruidos normales de la mañana: el perro ladra con entusiasmo el oír el timbre de la casa, al abrir la puerta la señora se pone a platicar a grito pelado con la vecina. Después con intervalos regulares suena el maldito teléfono, como la señora está ocupada limpiando deja sonar el teléfono hasta que el marido desesperado le grita: “contesta el cabrón teléfono” y ella enojada le grita “Uy, que genio”. Al final el marido opta por regresar a la oficina.
Como los jesuitas en la escuela le enseñaron a ver las cosas con filosofía, en su trabajo nuestro héroe observa que todos los miembros masculinos casados están de mal humor y con envidia se da cuenta que el único soltero del staff siempre está alegre y platicador. Al fin se explica el porqué.
Repasa las soluciones posibles para su problema existencial: el divorcio sale carísimo, y más con sus cuatro hijos, la señora se quedaría con el 80% de su sueldo. Esto le pasó a un compañero de trabajo y tiembla al pensarlo. Desaparecer a su mujer, algo agradable de no ser por su cobardía congénita. Convencer a un galán para que seduzca a la madre de sus hijos y así facilitar la separación, es algo que piensa con fruición. Pero, y aquí el terrible pero, la mujer ya no está para despertar pasiones tormentosas y nadie en su sano juicio le atoraría y piensa que su mal ya no tiene remedio.
Con tristeza está consciente de que el estado civil de su persona es para siempre, tal como dijo el cura: “hasta que la muerte los separe”, desde luego la muerte del marido. Por eso hay tantas viudas, el marido descansa en brazos de la “calaca” y cosa curiosa la esposa también y vive su segundo aire. Él con infinita amargura comprende, que no lo queda más que aguantarse y tener resignación cristiana, cosa que también le enseñaron los jesuitas. ¡Por algo sería!
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