La trama de la película Ladrona de libros es muy sencilla: una jovencita huérfana que se dedica a rescatar del fuego destructor los textos que los nazis califican como subversivas para su régimen totalitario y que, por ende, no merecen leerse y conservarse para la posteridad. Para desgracia de muchos intelectuales, dicha persecución no se limitó a reducir a cenizas sus escritos, sino también a ser perseguidos, torturados, exiliados o enviados a campos de concentración para ser eventualmente asesinados. Ese es uno de los aspectos más sangrientos de la ya de por sí cruenta Segunda Guerra Mundial, en donde la libertad de expresión y pensamiento fue una poderosa y peligrosa arma de oposición que causó grandes mártires y demostró el carácter radical y discriminatorio del Tercer Reich; por fortuna, no obtuvo la “victoria” en dicha conflagración.
No obstante, si Adolf Hitler y sus macabros partidarios pudieron llevar a cabo la cremación masiva de miles de ejemplares de obras fue, en gran medida, porque ellos detentaron el poder en Alemania y, posteriormente, en casi toda Europa. El poder permite que las personas incurran en toda clase de acciones reprobables sin temor a posibles represalias en el futuro próximo o lejano, así como para preservar su dominación sobre los demás seres humanos. Así pues, quemaron grandes escritos de incalculable valor sin que (casi) nadie pudiera hacer algo al respecto, y es ahí cuando brota un “pequeño” cuestionamiento: ¿qué haríamos nosotros de tener el poder? O mejor aún, ¿seríamos tan extremistas como fueron los nacionalsocialistas germanos? En mi caso, yo me cuestioné si llegaría al extremo de quemar los libros que no me agradan sólo por ese detalle; prohibir su lectura en toda la zona que “gobernara”. La pregunta, en sí, llega a inquietar.
Debo confesar que, de poder realizar lo mismo que los nazis, pensaría en quemar varios libros, entre los que se encuentran las “joyas” de la saga Crepúsculo (responsables de buena parte del poco criterio literario de la juventud de hoy, en mi opinión), las biografías de “artistas” reggeatoneros (ya suficiente basura tenemos oyendo sus bazofias de canciones)y la llamada saga Lux (que es una copia al carbón de Crepúsculo, pero con extraterrestres en lugar de vampiros afeminados y hombres lobos pedófilos). Aún así, luego de realizar tal reflexión, me percaté de que no hay ningún otro libro que quisiera desaparecer de la faz de la Tierra tanto como Mi lucha (Mein Kampf), que no fue otro que el manual de adoctrinamiento en el que el maldecido Führer vertió todo su odio, prejuicios e ideologías raciales para manipular a su pueblo y conducir, a la postre, a la gran masacre que simbolizó el abominable Holocausto. En la actualidad, la posesión de dicho escrito es causal de arresto en la misma Alemania y Suiza, pero en varios países (entre ellos México, mi nación) puede conseguirse con relativa facilidad para echar un vistazo dentro de lo que fue la mente más brillantemente sanguinaria de principios del siglo XX y como su prosa condujo a la locura nacionalista a toda una patria devastada todavía por la Gran Guerra Europea. En mi humilde opinión, el daño que produjo dicha obra es más que suficiente para que quiera fervorosamente quemar todas sus ediciones existentes y que nadie más tenga acceso a esas enseñanzas tan malignas… mas en caso de llevarlo a cabo, concluyo a fin de cuentas, eso no me haría muy distinta a esos infelices nazis que incineraron gran parte del conocimiento literario de su época.
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