-Hijo...- llama la madre.
Silencio por respuesta.
-Hijo...- insiste.
-Va, madre.- responde con desgana, apagando la televisión de su cuarto que estaba ofreciendo las noticias.
-Hijo, ¿cuándo vas a buscar trabajo? No te puedo tener para siempre, debes salir. ¿Echas algún currículum, aunque sea por Internet?
-Madre, que pesada te pones, ¿no ves la tele, no ves lo que pasa todos los días?
Lo que él no soportaba era vivir enfrente de una plaza, solo asomarse, de soslayo, por la ventana le producía pánico. Odiaba esa plaza, odiaba la calle, y no podía salir ni cruzarse con nadie. La realidad para este hombre, que ya superaba la treintena y vivía con su madre, era asfixiante, y las pocas veces que salía para hacer algo lo hacía con extremo cuidado.
-Ya, hijo, pero esa no es excusa, hay que ser valiente y no pensar en eso, y salir a buscarse la vida.
-¡Madre!- dijo sobresaltado el chico.- ¿Acaso no me quieres tener? ¿No me quieres?
-Hijo, a mí me gustaría tenerte para siempre. Creo que no me entiendes, pero debes salir Pedro.- Terminó diciendo la anciana madre.
El muchacho se va bufando disimuladamente, y masculla.
Pedro sale, y se fija en la plaza, extraña que no hay ningún peatón o vehículo, un silencio penetrante. Camina lo más arrimado posible a la pared de los edificios, y volviendo de vez en cuando la cabeza.
A lo lejos, por su espalda, suena algo.
Algo que se acerca poco a poco, suena cada vez más.
Pedro se queda paralizado, pensando en las últimas noticias.
-Anda, Pedro, que si el azar me hace víctima de un juego de rol.- Se dijo para si mismo.
Y en una de las ocasiones que vuelve la cabeza distingue al final de la calle, ya pasado el arco, un motorista, vestido de negro, que se ha parado, y empieza a acelerar.
-Me está mirando, y...- con voz titubeante- me señala.
La moto empieza su marcha, al principio lenta, acelera hasta el máximo, el hombre que empieza a andar más rápido. Sabe que no puede escapar, por muy rápido que corra.
La moto se acerca, apenas queda distancia y lo rebasa. El motorista sólo quería comprobar la aceleración de su máquina, disfrutar de esa sensación.
El muchacho con el corazón palpitante, continúa su marcha, tomando sus precauciones. En ese momento ha tenido suerte, la próxima vez, lo encontrarán.
Al día siguiente, día de manifestaciones, estaba en su habitación viendo la televisión cuando escucha:
-Hijo...- Era la madre.- Pedro, ve a por pan, por favor.
-¿Ahora? Con el jaleo que hay...
-Venga, Pedro, es que se me ha olvidado... ¡mi cabeza como la tengo!
Pedro sale a la calle, en esta ocasión la plaza estaba llena de gente. Peatones que van rápido, y el ruido que resuena.
-No estoy seguro aquí.- Volviendo la cabeza y encontrando súbitamente una mirada penetrante de un hombre.
El hombre lo adelanta. Caminaba más rápido que él.
Otras personas miraban un poco de tiempo a Pedro, y cuando él iba a fijarse en ellas, éstas raudas voltean la cabeza.
-Todos me miran.
Caminando acelerado, llega a la panadería. Esta tiene un espejo tan grande como pared que hay detrás del mostrador, y delante está la estantería donde se coloca el pan. Justo detrás de él entra otro hombre, vestido con un traje oscuro. Pedro lo ve por el espejo.
-Buenos días.- Saluda Pedro.
Nadie responde.
El hombre que se acerca a él, y Pedro observa que tiene sus manos metidas en los bolsillos, pero sujetando algo.
Pedro intenta alejarse de él, pero se acerca.
-¿Pedro, qué quieres?- pregunta la despachadora.
-Deme dos barras.- El hombre situado detrás de él.
La chica va a por las dos barras, una bolsa de plástico, las coloca dentro.
-¿Cuánto es?.- Ve por el espejo que el hombre saca la mano del bolsillo.
-1,20 €.
-Hasta luego.- Da Pedro el dinero y se da la vuelta con prisa. Se fija en los ojos del hombre, y baja la mirada a la mano. Tiene un monedero.
Más tranquilo sale de la panadería.
Regresa a su casa, y en la plaza está la manifestación, ha llegado. Gente que lleva la pancarta lo mira. Pedro se percata. Pedro ve salir de entre la muchedumbre a un hombre, vestido con un traje oscuro, que delante de todos saca una navaja. Pedro corre a su casa. Llamando al timbre.
Su madre se demora, y Pedro llamando al timbre, o con los nudillos a la puerta:
-Lo sabía, madre, lo sabía. Tú también.- Se dirigió a la manifestación, al encuentro del hombre, dispuesto a luchar.
Sintió un pinchazo en el pecho. No tenía fuerzas y calló al suelo. Escuchó el griterío de la gente, disolviendo la manifestación. Llegó la ambulancia.
-¿Qué le habrá pasado?- Preguntaba alguien curioso.
-Ha muerto de un ataque al corazón...- Dijo el doctor de los servicios sanitarios- fulminante.
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