Se cuenta que una vez hubo un canario que quería ser libre. Las rejas de su jaula oprimían su palpitante corazón, que ansiaba volar el espacio exterior.
-¡Qué bonito brilla el Sol hoy!- dijo la paloma.
La paloma era una amiga del canario, que le contaba todo los chismes, y veneraba su vida, en la calle, comiendo migas de pan que arrojaban los niños y ancianos.
-Hoy será un buen día para comer.- Terminó diciendo la paloma antes de irse.
El canario se fijó en su comedero, a medias, y la pesadumbre se apoderó de él.
-Espera!- gritó el canario.- Quiero ir contigo, quiero ser libre.
-¿Qué bien! Ya verás como lo pasaremos juntos, con la comida, y a la sombra de la Catedral te puedes cagar en la gente.- Dijo riéndose la paloma.
Por allí pasaba el gato, que, curioso, también es amigo del canario, tanto, que guarda heridas por defenderlo de otros gatos. El gato escuchaba la conversación e increpó al canario:
-No sabes lo que dices. Tienes bebida y comida asegurada, y eres tu propio dueño. Yo hay veces que paso hambre y frío. No te pierdes nada fuera.
-No me cuida, yo quiero irme.- Contestó el canario.- Cualquier cosa es mejor que esto. Además, fuera siempre hay comida, me ha dicho la paloma.
La paloma abrió la jaula.
-¿Te acompaño?- preguntó el gato.
-No, me voy con la paloma.
-¡Mira, mamá!- Dice un niño señalando a un pajarillo en mitad de la plaza.
-Es un canario muerto.- Y siguieron su marcha.
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