Dos amigos se reúnen en un coto de caza listos para su presa favorita, el venado. Sus charlas son de grandes proezas. Aquiles se sentiría humillado en estas reuniones de colosos. En esta faena siempre es bueno comenzar al amanecer. Por supuesto que están bien equipados, rifles con mira telescópica, ropa de campaña, hasta anteojos para el sol. No quieren estar en desventaja ante un simple animal que solo se alimenta de la hierba.
Ingresan en el bosque. Todo parece silenciarse, como previendo un triste desenlace. Solo se escucha el crujir de los pasos cuando golpean con las hojas secas caídas en el piso.
El sigilo de estos depredadores es temible, como el de una pantera, solo que en este caso es por placer. Se separan para obtener una buena caza. Uno de ellos se interna en un paraje muy extraño.
Comienza a sentirse un aroma nauseabundo. El cazador prepara su rifle y continúa el caminar. Llega al centro de la escena y encuentra un venado muerto. Comienza a lamentarse por no haberlo cazado él mismo. Solo piensa en la presa.
De repente aparece un tigre, muy común en esta zona. El cazador apunta y trata de disparar. El proyectil no sale, está atascado. El frió de la mañana saturo los engranajes del arma.
Comienza a correr, es su única salida. El cazador se convirtió en presa. Hace zigzag para engañar al tigre, sin resultado. Obviamente, el animal es un experto en la caza, como él.
Luego de unos cuantos metros se agota y cae al piso. Su rifle, antaño el instrumento de su poder, lo abandono a un costado. El tigre se aproxima lentamente. El rostro del cazador es indescriptible, su pavor no puede ser mesurado.
De repente el animal cae en una trampa y queda colgado de las dos patas traseras. El cazador se le acerca, lo ve a los ojos y ya no puede seguir matando: ha experimentado la angustia de la presa. Libera al tigre y abandona para siempre esa actividad impía.
|