Esa noche el Ratoncito Pérez estuvo muy ocupado y no pudo comprar una chocolatina que dejar bajo la almohada. Tal vez, intentando disculpar su dejadez o porque no tenía billetes más pequeños, el Ratoncito pagó, esta vez, el diente del niño con un desproporcionado billete de veinte euros.
La emoción del regalo despertó al niño antes que al sol, y el niño encontró el billete, pero no su chocolatina y se decepcionó. Los padres agarrados de la mano acudieron puntuales a su habitación en ese tan día especial. El niño aburrido había hecho añicos el billete.
Hubo gritos, acusaciones mutuas y amenazas de castigos imposibles.
El niño lloraba con un hipo feroz. Con el ruido nadie escuchó el hilo de voz entrecortada del niño. Un hilo de voz incapaz de explicar que había exactamente veintitrés trozos, y veintitrés, también, eran sus compañeros de clase.