Atardece; el sol cobardemente se oculta en el horizonte como previendo un desenlace.
La cotidianidad parece predominar, nada es trascendente. Solo quiebra esta monotonía un suave viento del norte, que inesperadamente insulta el rostro ajado de los habitantes de este pueblo.
De pronto, algo indefinido sale de las ruinas de lo que parecería ser un rancho.
Barbado, trigueño, mirada taciturna, esmirriado, una grotesca figura; balbucea algo, nadie lo entiende y luego regresa a su extraña existencia.
La noche se apodera de todo, su oscuridad es temible. Una imperceptible claridad parece favorecer la gracia de la luna, némesis del poderoso sol. El silencio es escuchado.
El amanecer triunfa nuevamente sobre los vestigios de la noche, nacer y morir, dos caras de una misma moneda. Esta vez un niño.
Nadie sabe porque, solo es el destino. Un galeno confirma el deceso. Se organiza los rituales funerarios.
La antipática presencia se materializa nuevamente. Solo pronuncia una frase “uno por uno” y luego se retira.
Los habitantes reaccionan, consideran una afrenta. La angustia, la tristeza, la falta de resignación se apodera de todos. ¿Como se atreve ese vagabundo?
El padre del niño lo increpa y le exige explicaciones
-¿Por qué haces esto?
El hombre es arrojado al suelo por la muchedumbre, vuelve a repetir:
-“Uno por uno”.
El insulto es intolerable. El padre vuelve a exigirle explicaciones de su actitud y nada tiene a cambio.
Un indebido cuchillo es aproximado a la garganta del insolente. Se detiene. No vale la pena. Nada parece ser real. Los ánimos se apaciguan y todo continúa.
El sacerdote, un féretro, la tumba y los llantos que parecen vaciar el infierno.
Vuelve la insistente noche. Las cotidianas sobras reinan nuevamente. La muerte ronda otra vez estos parajes. Su guadaña es dañina y no reconoce privilegios.
El extraño, el irreverente, el que todos odiaban, muere. En ese mismo instante nacen dos niños gemelos en una aldea aledaña.
La noche parece ser el escenario de la muerte y al mismo tiempo de la vida. La oscuridad y la luz tal vez no sean antítesis sino complementos.
Este repulsivo hombre era tan solo un viejo brujo indio de una tribu ya extinta, que en su cultura para merecer el paraíso debía exigirle a la propia muerte una compensación. Una vida por otra. El equilibrio cósmico que todos deseamos conocer. Por supuesto, que en esa misma noche fue oída pero como nacieron gemelos, la ecuación no cerraba, se debía una. Al final, fue compensada con la suya.
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