Desde pequeña siempre me han hablado de sexo, sin tapujos. He mirado programas de madrugada cuando aun se ponían rombos. He conocido tanto sobre la teoría, que no me interesaba la práctica.
Con menos de diez años descubrí el autoplacer y la dicha de saber gestionarlo a solas. Nunca tuve vergüenza de mis pequeñas filias, pero tampoco las compartí con alguien.
Cuando tenia dieciocho aprendí lo que era el sexo mirando más alrededor y menos a mi misma. No quería eso para mi, así no. Era lo único que tenia claro.
A los veintiuno descubrí que hay personas que dicen te quiero al correrse. Entonces empecé a dudar de su sentido. Porque vale menos si está de saldo. Es fácil pronunciarlo en el éxtasis y no en la decadencia, en ese instante cuando me odias por lo terca o lo triste que esté, cuando llegan las nubes a enturbiar mi felicidad casi perenne, y me vuelvo realmente insoportable.
Ya con treinta me enseñaron que hay quien sonríe y se ríe tras un orgasmo. Que la cama es el campo de batalla donde más me gusta coleccionar metralla. Y las heridas, son signo de haber luchado por cada una.
Ahora, tengo la edad justa para no sentir vergüenza de mi cuerpo, ni pudor de mi sexo (a solas o compartido). Las palabras son parte de ese todo que es el sexo en la vida, y con ellas me alimento y masturbo.
La edad precisa para sentirme más vulnerable cuando me miras a los ojos, sin apartar la mirada, escudriñándome, que cuando me descubres desnuda y sobre mi cama; triste bella durmiente sin cuento ni bruja que venga a desayunársela.
Ahora tengo la edad necesaria para haber aprendido que el cuerpo es un arma de lucha feminista. Mi cuerpo es mi lugar de poder. Mi cuerpo es herramienta antisistema. Mi cuerpo es templo del placer... Existen muchos tipos de placeres, y quiero probarlos -casi- todos.
A mis treinta y tres he aprendido que puedo amar a una misma persona, dividida en varios cuerpos. O a varias. Que no necesito tener sexo con todas ellas, y que la elección de permanecer o marcharme ha sido siempre mía. Que el feminismo es necesario, vital, imprescindible, como el agua para respirar. Porque somos más agua que aire en este cuerpo, y yo siempre fui de mar. |