EL EXILIO DEL POETA
Él soñaba un oasis de paz, habitar una isla desierta.
Solo él, con su mundo interior,
contemplando la naturaleza.
Solo él, ermitaño y salvaje
y su sombra, su fiel compañera,
silenciosa, siguiendo sus pasos
o acostada a su lado en la arena.
Vivir en una isla desierta había sido su sueño recurrente. Cumplía los elementales mandatos sociales, solo para evitar el castigo del sistema, el solo hecho de tener que responder a un saludo lo violentaba, la presencia humana, sus miserables ambiciones, hipocresía, simulación, las juzgaba la careta que esos seres despreciables se ponían para sobrevivir y ser un ladrillo más de ese muro contra los genios. Ël solo respetaba a las mentes superiores, pero aunque no creía ni buscaba dioses, no encontraba en su contemplado entorno , hombres sabios, virtuosos y coherentes, a quienes pudiera reconocer como maestros. Muchas veces le habían dicho, aquellos que seguían la manada, de que estaba peleado con el mundo, él pensaba que era el mundo, quien quería destruir a los distintos
No tenía pudor en confesar que se sentía y era diferente, por fuera era otro más, envuelto en el mismo papel para regalo, pero nunca le preocupó el envase, diferenciarse por eso no era su objetivo, la diferencia estaba en el reservorio de sus ideas, sentidos, sentimientos, y en la fuente inagotable de su cerebro. Buscar ese lugar de motus propio, también le parecía una incoherencia, debía ser expulsado por la sociedad, como un leproso, un exiliado político, un indeseable o morir en ese mundo como un mártir.
Un naufragio azaroso, lo depositó en un bote, este fue navegando a la deriva, hasta quedar encallado en una playa, de arenas blancas con las aguas verdes, con un horizonte de palmeras, frutos, flores y animales silvestres, y el canto de los pájaros que parecían decirle bien venido.
Ese fue su paraíso tan soñado. Escribió su primer poema en la arena, y el nombre de su isla, “Soledad”. Como Robinson Crusoe, construyó su casa y lo poco de confort que precisaba, no quiso domesticar animales , los quería libres y salvajes como él, que lucharan para no morir cuando los cazaba como alimento. Escribía en las cortezas y las hojas de los árboles, hasta que comenzó a hacer papel, reciclando los restos de naufragios. Un día uno de ellos llevó hasta la costa cientos de botellas. En ellas fue metiendo sus poemas, y los arrojó al mar, esperando que alguien los leyera.
Neco perata
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