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No requerí de un chamán huichol para comprender los entresijos energéticos de mi habitación, pues me bastó con una dosis del incienso alucinógeno que un hombre de bien me obsequió al interior de un tianguis donde me abastecía de frutas y verduras para sobrevivir a la cuaresma.

El contacto con el que me niego a nombrar “Dealer” se dio luego de que el anciano tocó los ligamentos de mi corazón con su rostro maltrecho cual si hubiese atestiguado el trote inmundo de los Jinetes de San Juan.

Ocurrió que vi aquellas facciones escurridas como cirio y extraje las monedas que alcanzaron a sujetar mis dedos de avanzada para endilgárselas con una frase de consuelo: “Tenga, jefe, siquiera para un consomé”.

El anciano se guardó los centavos, restregó los labios como gomas y expuso sus cuatro dientes centinelas en mitad de las encías de gel. Después insertó la mano artrítica en el gabán deshilachado y sacó un paquete de periódico que introdujo con vértigo de áspid en mi ventruda bolsa de henequén repleta de jícamas y guayabas, alejándose con una reverencia de monje tomasito.

No tuve el valor de escudriñar el obsequio ni de tirarlo a la basura, de manera que lo abrí al regresar a mi reducto de muebles asolados por un caos hitita a dos semanas de que mi esposa Verónica partiera al pueblo de sus padres para asistir al parto de su hermana menor.

No hallé carrujos de yerba ni pastillas con simbologías babilónicas, sino viles tiritas de incienso que encendí a la ligera…


Sentado en mi sillón preferido, dirigí las palmas al respaldo incordiado por las uñas de Mister Spock, mi gato perezoso que ahora empanzona hembras en los tejados aledaños, y casi por instinto reparé en la iguana que Verónica me ofrendó hace medio año aludiendo a su capacidad contra natura para absorber las vibras sintácticas desplazando su cuerpecillo coriáceo por la compacidad de mis libros.

El animal me caló con su rostro monolítico, y juro que resorteó los párpados para exhibir unos ojos oraculares que parecían sugerirme: “escucha, Gabriel, el mensaje de las patas”.

Entonces giré hacia el mosquitero de la ventana y descubrí el zigzag de un escarabajo de vientre quelonio, cuyas extremidades tejían literalmente las hebras de una luz que se manifestó in crescendo hasta conformar una urdimbre que me envolvió mientras comprendía por primera vez el trabajo “cósmico y regenerador de armonías aurales” de los insectos.

Texto agregado el 15-11-2014, y leído por 270 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
29-12-2014 El tejido sintáctico de tu prosa con el tiempo se va extendiendo cual Moiras excesivamente generosas y a veces amenaza con ocultar demasiado a quien viste. Egon
13-12-2014 ay! aún no he tenido ese contacto energético con los insectos; todo a su tiempo; a su tiempo el tiempo se muestra. fafner
11-12-2014 Me ha gustado. Los animales, el misterio... todo un mundo de imaginación. elpinero
17-11-2014 Quién iba a imaginar que la armonía de mi aura la debía a los insectos. Créeme que en verdad imaginé al escarabajo ardiendo haces de luz. Un agasajo leerte. Un abrazo. umbrio
15-11-2014 Creo que te la dieron verde: Es mi humilde opinión.Un poco más y te fumas la iguana.UN ABRAZO. GAFER
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