Sí, podría jurarlo, mi gato es demoníaco, me ha invitado una vez más a que lo siga. Él acelera el pulso y mi pecho se enciende, se agita porque me invita a entrar, cuando llego apurada hacia él, le pido que no golpee más el espejo, él me mira y me invade, me invita a pasar del otro lado. Yo quiero, pero no puedo. Es muy fuerte esa sensación de que el felino conoce mis trasfondos, que intenta notablemente que le preste atención y me desafía. Yo llego hasta él, y me recorre un escalofrío, no obstante lo acaricio, y en un acto de compasión con él y conmigo, tomo el espejo y lo doy vuelta, para que pueda finalmente, yo, en un acto de arrojo. Descansar, yo y el felino, el felino y yo.
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