Lito tiene mucho sueño, no puede resistirse a la implacable caída de sus párpados. Una y otra vez, la pelota entrando al arco, los compañeros que gritan el gol y él atando todo su cuerpo, aferrado a la pelota. Es diciembre, y la ventana centellea algunas luces, las cortinas moviéndose como fantasmas, una brisa de verano ingresa caprichosa y sacude la tela costosa.
Es diciembre y sus padres, como regalo de navidad viajaron a un lujoso hotel de la Patagonia, con una gran chimenea, que conduce el humo de los troncos ardidos, mientras las brasas se consumen. Y en el lujoso hotel, sus padres hacen el amor.
La niñera se sonríe, como anticipando el ronquido, la boquita del niño en perfecta curvatura de felicidad, atrapando con el puño una esquina de la almohada. Lito no aguanta. Se duerme. Amable, ella tapa al niño con la frazada de plumón, cierra la ventana, afuera la ciudad apenas se adormece en el insensante tráfico de la ciudad porteña, es diciembre pero parece agosto. ¿O es agosto y parece diciembre?
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