Esta es la historia de un pequeño ratón. Que vivía debajo de una enorme casa y dormía entre algodón. Era muy flaquito, tenía los ojos grandes y una nariz que parecía botón. ¿Quieren saber su nombre? El pequeñín se llamaba Gastón. Tenía un problema este ratón, y es que nunca comía ni queso, ni jamón. En la casa vivía un gato, que era muy mirón, y no dejaba pasear por la casa al pobre Gastón. Por eso siempre se notaba tan distraído, ansioso y tristón. No tenía fuerzas ni para andar, con suerte podía asomar la cabeza por el balcón.
Un día, un aroma delicioso lo despertó. Y sin siquiera abrir los ojos, el ratón Gastón se levantó. Y con su nariz de botón el aroma persiguió. Y no se detuvo hasta que con la cola del gato tropezó. El gato dio un grito de horror al ver el ratón, que con la nariz de botón pegada en el suelo quedó. El ratoncito, del golpe, los ojos abrió, y al ver al enorme gato ¡vaya susto que se dio! De un brinco se levantó y a su agujero corrió, perseguido por el gato, que casi, casi, lo agarró.
Pobre ratón, que del puro susto se puso tan cobarde, antes de salir de su agujero, prefería morir de hambre. Si hasta le daba miedo el ruido que hace la puerta cuando se abre. Tenía que apretarse el cinturón para no tener que sentir el calambre. Lo peor era que los demás ratones que llegaban por la tarde, llamaban a Gastón el Ratón Gallina ¡Tenían el tremendo pelambre!
Un día Gastón se cansó de hambrear. Y decidió que al gato debía enfrentar. Los demás ratones comenzaron rápido a apostar: Que el ratón iba a perder, y que el gato iba a ganar. ¡El pobre ratón no tenía energía ni para andar! Reunió toda su fuerza para la puerta de su agujero empujar y poder la cocina de lado a lado cruzar. No se detuvo hasta que al lado del gato fue a parar y al ver que dormido estaba, con un fósforo lo comenzó a despertar. El gato abrió los ojos para mirar y de la nada comenzó a maullar. Cuando el ratón se disponía a hablar, el gato de un brinco se puso a arrancar.
Todos los ratones, que miraban escondidos, quedaron más que sorprendidos al ver al gato huir tan afligido. Tan arrepentidos por molestar al ratoncito, que había espantado al gato más temido. Gastón no podía creer lo sucedido. Después de todo el miedo que por ese gato había sentido, de todos los quesos que no había comido, y de todo el pan que no había roído, resulta que el gato era lo más miedoso que había existido.
Desde ese día, el ratoncito jamás volvió a hambrear, y de la leche del gato solía tomar, a vista y paciencia de todos frecuentaba pasear, y de los calambres jamás se volvió a enterar.
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