A Ana, mi hija.
Sorpresa entre bastidores
En las primeras horas pasado el alba,
Se me ha echado, como una arpillera tendida,
Y con un acierto propio de un busca vidas,
Una neblina que, cantando un himno anónimo,
Ha hecho que perdiese la derrota,
Que, confundido por su pericia y tesón,
Hubiera de desistir de mi andadura.
Por tratar de serenarme he tomado asiento
Sobre un gorro panamá con gran cantidad
De almidón,
Lo que ha permitido que mi peso no lo dañase.
Entonces, mirando la caída del horizonte
Interminable,
He escrutado con mesura la lejana manada
De comodines que me ha donado mi insistencia.
He levantado la mirada un poco más,
He decidido levantar mi cuerpo sereno y añil,
Y, con decisión impenitente, me he lanzado,
Cayendo entre la bruma permisiva
Y la línea del lejano horizonte,
Que de pronto se ha convertido en un
Maravilloso decorado teñido de listas.
Por fin veo con claridad, con la facilidad de un
Azor de capa y alzacuellos.
Y viendo tan claro y cercano, una figura
Se me ha echado encima sin sobresaltarme,
Sin molestias,
Solamente con un olor a mujer, que sonaba
Ha pasado invisible y a futuro inmediato,
Con tan solo un bolso de material ligero,
Donde al mirar pude ver los espejos
Soñados, los que siempre cargaba
La única mujer distinta.
Mi hija Ana, la de las tiras del
Color del bermellón, que recuerdo
Haberlo dejado en su secreter.
Ahora sé que el horizonte simulaba
Su estado, y la neblina estaban posados
En mis sentidos. |