Desde hace mucho tiempo, existe una leyenda que cuentan nuestros abuelos, y a quines les fue contada por los seres del libre vuelo.
Cuentan, que existió un tiempo en nuestro pasado, en que el mar era lo único que existía, y que hubo una ves en que el cielo le pidió un poco de tierra seca al inmenso mar. Este después de mucho meditarlo, se lo concedió en un lugar alejado, olvidado y pequeño.
El cielo complacido, lloro de tanta emoción, que derramo una lagrima sobre este nuevo y único espacio seco, incitando de aquella manera, el primer signo de vida encascarado.
El cielo y la tierra seca cuidaron de él, hasta el día en que la luz dio brillo a sus ojos, la espuma del mar sus plumas y el soplo del aire su primer respiro.
Fue cuidado con recelo mientras crecía, al lado del viento y por encima del mar. Mas ya había crecido lo suficiente para percibir su soledad.
Comenzó a sentir que los días pasaban, que ya no eran los mismos, ya no encontraba diversión en el volar ni en el zambullirse en las olas del mar. Tan solo dedicaba sus días a
observar como el gran océano lo rodeaba todo.
Era triste verlo dedicar su vida, a cortos vuelos que lo llevaban a posarse en el acantilado, donde las salpicaduras de las olas mojaban sus sueños secretos.
Fue solo entonces hasta aquella noche, en que un profundo suspiro le arrebato de sus ojos azules, una lagrima de color azul que al caer en la arenilla de aquellas rocas, se convirtió esta en una extraña figura de luz, de la cual de su interior surgió la más bella compañera de vuelo, que percibida del dolor de su amado, produjo tantas generaciones de pájaros, que hasta el fin de los días se le es llamado ha ese olvidado terreno la isla de los pájaros, la cual ningún ojo humano la ha visto jamás, pero que instintivamente todos los pájaros del mundo sabemos que de ahí provenimos.

27 de Enero de 1998