Hace mucho, pero muchísimo tiempo, cuando apenas Dios empezaba a crear la vida, se le escapo de entre sus manos una pequeña semilla de vida, que arrastrada por el viento fue a dar al centro de un extenso desierto.
Dios, se sintió tan afligido por perderla, que dejo brotar de sus ojos lágrimas, que cayeron sobre el cielo esparciéndose en un millar de góticas de lluvia, que humedecieron el terreno árido de aquel olvidado desierto, surgiendo de entre aquella arenisca, una flor tan hermosa que ningún ojo vivo jamás habría visto en ningún otro tiempo.
En un lugar donde el tiempo y la compañía aun no se habían creado, ella empezaba a crecer, sintiéndose sola, sin conocer ni a quien preguntar lo que ella era. Se consideraba a sí misma un ser extraño que ignoraba si las demás formas que la rodeaban, también se habían preguntado lo mismo alguna vez.
Cuantas veces le pregunto al cielo, cual era su propósito en este insólito, solitario y silencioso lugar, si en algún otro sitio existía alguien como ella, que también se preguntaba a sí misma, las mismas cosas.
Pero el tiempo paseaba de un lado a otro, y nada respondía a sus ya agónicas preguntas. Pues, ella desconocía íntegramente que era un ser único y el primero en su especie.
La muerte como su única amiga, trato de consolar su desconsuelo, le tomo su vida y la esparció pétalo por pétalo por el resto de aquel desierto, no sin antes haber notado que cada pétalo llevaba incrustada a su ápice una pequeña semilla. Siendo así, realmente como Dios crea el Jardín del Edén.

30 de Abril de 2003