Lo descubrí esa mañana en la oficina, cuando de repente me quedé sola. Estaba trabajando en redactar un tedioso memorial, y mientras mi mente divagaba, le vi la pata asomada bajo el sofá.
Al principio no me llamo mucho la atención. Era una imagen usual, verlo estirado por allí, mientras se daba una de sus tantas siestas diarias.
Igual mi mente comenzó a trabajar con la idea de que algo no cuadraba con esa imagen, y pensé ¿qué hace mi gatico en la oficina? y claro, por allí fue fácil llegar a la conclusión de que no podía ser mi gato, porque lleva muerto poco más de un año.
Maravillada antes que asustada, me quedé tiesa en la silla sin quitarle la mirada de encima. Era él, plácido, lamiéndose la pata delantera, mientras la otra colgaba lentamente, como desmayada. Primor!
Como pude emití el sonido que usaba para llamarlo… él subió la mirada, se puso de pie, y mirándome fijamente comenzó a caminar hacia mi. Mi hermoso y peludo gato de mirada azul cielo.
Saltó sobre mi escritorio, y pegó su nariz a la mía. Se dejó alzar, y fundí mi cara en su hermosa melena blanca, estripándolo contra mi pecho.
Después de una largo ritual de saludo, estuvimos toda la mañana juntos, como lo hicimos durante doce años. Él apoyando parte de su cara sobre el teclado, y yo tratando de escribir mi memorial por entre sus pelos, para no estorbarlo.
Al sonido de las llaves que abrían la puerta, pegó un brinco y desapareció bajo el sofá. Agachándome como para recoger algo, para no llamar la atención de los recién llegados, comprobé que ya no estaba, se había desvanecido.
De eso ya hace meses. |