PASAJE COMPLETO
Un pasaje completo en una ya complicada mañana de lunes, mientras el conductor del ómnibus se afanaba por ordenar el tetris de pasajeros en su vehículo, un grupo de personas en reverencial rito frente al poste de la parada, alzaban los brazos para que el chofer detenga su marcha.
La resignación hizo que el conductor se detenta a recoger a sus nuevas víctimas, al tiempo que vociferaba:
-Atrás hay lugar, dejen espacio.
-¡No somos ganado!- se oía a sus espaldas.
Menuda sorpresa se llevó cuando observó que entre los nuevos pasajeros se hallaban seis invidentes con sus respectivos bastones blancos.
-¡Necesito que despejen seis asientos!
Ahora nadie entendía nada. Apenas les alcanzaba el aire para respirar y se venía con semejante osadía
-¡Si no dejan los lugares libres no sigo!.
Y detuvo la marcha en el momento en que toda la maraña humana cruzaba sus miradas buscando comprender la situación. Sorprendidos por la firme decisión del chofer, ahora los miles de ojos se posaron en los indiferentes que miraban por la ventana o revisaban por enésima vez sus celulares, cómodamente apoltronados en sus butacas.
- ¡A moverse!, dejen lugar para los que lo necesitan- Gritaba uno de los apretujados
-Y por donde quieres que pase, imbécil. Comenzó a inquietarse todo el pasaje.
Y el pasajero tenía razón; era imposible que pudieran levantarse los seis asientos sin provocar un alud de pasajeros.
-Es muy fácil- osó referirse un armonizador individuo
Bajamos los que estamos parados, luego se levantan los sentados, entran los ciegos y subimos los que bajamos.
No existiendo mejor moción optaron por la que tenían. Un alboroto humano que descendía otro que refunfuñaba por dejar su privilegiado sillón y los ansiosos que no paraban de gritar que se apuren.
Con precisión suiza se fue conformando la nueva geografía del ómnibus y un poco mas apretados que antes, el bólido continuó su recorrido.
Una sensación de orgullo colmaba las sienes del chofer, por la faena realizada.
Cuando todo parecía una sana armonía a unas seis cuadras de ocurrido el incidente, los invidentes comenzaron a prepararse para el descenso, ya que habían llegado a su destino
-¿Otra vez?-
Y bajaron los parados, se levantaron los ciegos que dejaron el micro, se sentaron los parados y subieron los que se habían bajado. Esta vez habían aprendido la lección.
Lo que parecía terminar en una anécdota divertida se fue transformando en ira e indignación cuando en el subibaja forzado fueron desapareciendo billeteras y relojes.
Ya lo dice el refrán: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”
OTREBLA
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