En un monte muy verde con caminos rojos, circulares, todos en subida, había nacido un pequeño jabalí salvaje llamado Rocco.
Rocco abrió los ojos, miró el mundo que lo rodeaba y le gustó. Vio que mamá jabalí que era enorme y tenía leche, y se la tomó.
Satisfecho se fue quedando dormido. Su mamá era tibia, suave y le iba marcando el ritmo con su respiración. El bebé jabalí supo que había nacido en un hermoso lugar y se sintió muy importante.
Cuando se despertó, bostezó tranquilo y empezó a caminar lentamente pensando cómo podría impresionar a los otros animales. En eso, vio unos conejos que se acercaban curiosos para conocerlo. Contentos venían, a los saltitos.
Entonces con su patita empezó a rascar una y otra vez la tierra levantando polvo como si fuera humo saliendo de una chimenea. Abrió su boca y lanzó un gruñido espantoso.
¡RAHHHHHH!
Después se quedó quieto como una estatua con cara de “yo nací para mandar”.
Los conejos desaparecieron en un segundo, como por arte de magia.
A Rocco el juego le pareció divertido. Lo probó varias veces con distintos animales que iban llegando; el quirquincho, el coatí, y los pajaritos que salieron volando.
Le daba risa que todos se asustaran tanto.
Pero cuando se quedó solo y nadie más vino a visitarlo, se empezó a aburrir y se fue a acostar junto a su mamá jabalí.
La mamá le preguntó:
—¿Ya te hiciste algunos amigos para jugar?
Rocco, bajando la cabeza, se quedó un buen rato mirando una piedrita amarilla, redonda y lisa. Después de pensar, contestó:
—No mamá, todavía no.
Se empezó a correr la voz de que había un monstruo terrible en la selva. Nadie se animaba a salir porque pensaban que podía ser PELIGROSO.
Entonces Rocco sospechó que algo andaba mal y se quedó jugando solo, con su piedrita amarilla haciéndola rodar.
Mientras tanto, unos chanchitos rosados lo espiaban desde atrás de un arbusto. Rocco no les pareció temible, al contrario, lo encontraron un poco más grande y gris, pero bastante parecido a ellos. Y su mirada triste les inspiró confianza.
—¡Hola!, queremos jugar —dijeron a coro los chanchitos.
Rocco los miró, y estaba a punto de lanzar su gruñido feroz, cuando lo pensó mejor y decidió probar otra cosa.
—Miren tengo una piedrita redonda —les dijo sonriendo y con una patadita la hizo rodar. Y así estuvieron los chanchitos y el bebé jabalí jugando un partido de futbol rarísimo con una mini piedra amarilla.
Después se pusieron a buscar piedras más chiquitas que fueran redondeadas y empezaron a jugar a las bolitas. Lo pasaron maravillosamente bien.
Poco a poco fueron llegando los otros animales: los conejos, el quirquincho, el coatí; y en la rama de un naranjo se pararon los pajaritos.
Y se dieron cuenta que simplemente Rocco había tenido un mal día. Y que tal vez ellos también podían juntarse a jugar.
Autor: María Mercedes Córdoba
Buenos Aires- Argentina
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