Catorce y media horas han pasado desde que salimos del puerto Victoria, hacia la incógnita isla a la que nos dirigimos. Nada de notar ha atraído nuestra atención, hasta ahora sólo lo usual: la indescriptible vista que uno puede apreciar del mar abierto, el sonido del viento tocando ligeramente nuestros rostros; aquel sonido relajante de las ondas de agua chocando contra el barco. Tantas cosas que uno puede sentir en el mar.

He tomado pluma y papel rápidamente para poder hacer mención de… algo sumamente asombroso. Hemos quedado en estado de estupor y nuestros reflejos quedaron paralizados. Fuimos testigos de lo que parecía ser –por el tamaño- algo tan grande como una ballena azul. Sin embargo, esto era… distinto, no pudimos notar o ver aletas dorsales de la criatura. Pasó a babor, a unos setecientos cincuenta metros aproximadamente. Por ser necesario, siempre llevamos con nosotros algunos prismáticos, no se sabe cuándo se tendrá que prescindir de nuestra vista ordinaria. El caso es que, por el tamaño y forma de moverse en el mar, aquello no era tal cual una ballena o algún otro animal conocido, era algo nuevo para todos en el barco. El primero en notarlo fue Joshua –encargado del mantenimiento en general y de la vigilancia-, cuando lo vio, estaba situado en la atalaya, sólo oímos un grito de sorpresa muy retumbante –como es de esperar de Joshua-, diciendo: “¡Algo inmenso a babor! ¡Algo inmenso a babor!”, a lo cual respondimos con la atención obviada al llamado.

Todos observando con dirección a babor; no podían salir palabras de nuestras bocas. Todo se resume en el sonido del agua en movimiento a causa de esa… criatura. No hace más de veinte minutos que pasó y aún no nos recuperamos del impacto. Espero y “eso” no me siga por el mar, aunque no podría esperar otra cosa, es su lugar de reposo quizá.

Hemos de estar más alertas, bien se los dije, con voz un tanto segura, aunque yo mismo noté una falta de esa seguridad después del avistamiento.