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Mamá me pidió que fuera a comprar milanesas. Me dijo que tenían que ser de pollo, no de carne. En lo posible, que fueran de pechuga. Me lo pidió en ese primer tiempo, harto significativo, en que uno comienza a circular por las arterias -de cemento y arrabales- de la ciudad.
Era mediodía -mamá no se atrevía a soltarme así, solo como perro malo, en otro horario que no fuera ese- y el sol acariciaba, tenue y cansado, el cartel negro pálido que rezaba "ombú histórico" frente a mi casa, por donde -dicen- ha reposado el General don José de San Martín.
Salí despacito, con un andar malevo y decidido, con la confianza de quien ha sido encomendado para ejercer una tarea importantísima, de extrema necesidad, como es la de proveer a la familia del alimento. Repasaba, mentalmente, a cada paso, las cuatro cuadras que me separaban de la pollería, como quién recuerda el sabor de un verso o de un buen vino.
Mamá sabía que yo era el único capaz de cumplir correctamente con sus designios. Papá se la pasaba trabajando y jamás estaba en casa, Carlos era demasiado pequeño y no podía -bajo ningún aspecto- caminar solo por la calle y Natalia era demasiado pequeña como para -lisa y llanamente- caminar. Sólo se arrastraba de lado a lado, como esas babosas que, con grandes cantidades de sal, aniquilábamos en el jardín de la escuela.
Como era pleno invierno, y por la vereda sombreada hacía algo de frío, me crucé hasta la vereda en la que el sol reposaba. Me crucé con tanta mala suerte que, ya en la vereda del sol, no alcancé a ver el cartel que anunciaba "cuidado con el perro" y, estando ese maldito portón abierto, la bestia salió sin otra intención que comerme.
Era alta y morruda. Tenía más músculos en el cuerpo que cualquier ser humano y su pelaje era negro como la noche y el crimen. Despedía una baba asquerosa que se balanceaba cada vez que ladraba. Llevaba puesto un collar rojo y tenía espuma en la parte trasera. Conjeturé que lo estaban bañando cuando escapó de las garras de sus dueños. ¿Cómo culparlos? ¿Quién podría contener a semejante animal?
Mi miedo fue tan grande que, corriendo incansablemente, doblé en la primera esquina que me pareció conveniente, y el perro siguió de largo. Alcancé a ver su pequeño rabo sin enjuagar siguiendo a otra persona, más desafortunada que yo.
Me había perdido. En vano intenté memorizar las calles, pues me encontraba en una que no conocía y, sin el punto de partida, todo el esquema construido en mi cabeza se desmoronaba. Como ese juego en el que, al sacar una de las piezas centrales, se viene abajo toda la estructura.
La gente me empezó a parecer más alta, mas deforme. Caminaban, hablando por sus celulares, a los gritos. Riéndose, enojándose, entristeciéndose. Mi tentación -aún secreta, jamás olvidada- fue la de preguntar a alguno de esos anónimos peatones dónde podía encontrar el lugar al que yo -patéticamente- me dirigía. Recordé el mandato de mi madre, aquél que decía que no debía hablar con desconocidos, y entonces sentí lo que seguiría sintiendo a lo largo de mi vida, siempre. Sentí que -por miedo, por circunstancia, por el bruto azar- a veces es más conveniente desentenderse de algunas reglas. Desentenderse de algunos hábitos.
Fue así como, al aparecer una muchacha de bufanda rayada y pelo rubio, que esperaba cruzar la calle, la tomé instintivamente del brazo.
-Estoy perdido - le dije, entre pucheros.
-No te preocupes, nene - me contestó- ¿a dónde vas?
Le contesté. Acto seguido me tomó de la mano y me llevó hasta donde yo quería ir. Estaba a menos de dos cuadras.
-¿Podes volver a tu casas desde acá? - me preguntó.
Contesté que sí, recordando el mapa en mi cabeza. El mapa que me llevaría hasta mi Ítaca.
Le di las gracias. Ella me miró, hizo un gesto inentendible y me dio un beso en la frente. Luego se fue.
Cuando dejé de observarla, miré el cartel fulgurante que decía "Pollería". Tenía unos dibujos divertidos de pollos. Entré y compré el kilo y medio de milanesas de pechuga que me habían encargado.
Todavía hoy pienso que de volver a ver a esa mujer, a mi Beatriz, no podría reconocerla por más que su bufanda rayada.

Texto agregado el 30-10-2014, y leído por 154 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
20-11-2014 Me atrapó tu historia y tu forma de narrar. agostina
30-10-2014 Me gustó el relato y, aún más tu referencia a "La Odisea".UN ABRAZO. GAFER
 
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