“no es un país para cagones ni boludos”. Así lo proclamo mi padre, convencido de que estas son las trabas contra el progreso y desarrollo de uno mismo en esta sociedad. Ahora me pregunto (y no sin sarcasmo) ¿Será esta la simple causa de mi fracaso?
Todo libro lleva consigo un pedacito existencialista.
Nuestra nacionalidad, claro está, nos forma, es parte de lo que somos hoy en día, sin embargo, es solo una partecita de las tantas que nos componen y nos definen. Yo no soy nacionalista, ni un anti-patria, ni un anarquista ni nada. Soy yo en mi esencia sin etiquetas. Ser argentino no es más que una condición que poseo. Que cada cual le dé a su descendencia la importancia que le crea merecida.
Hay quienes ven el vaso medio lleno y quienes lo ven medio vacío. ¿Debería incluirme en alguno de estos dos grupos? Innumerable cantidad de veces me he encontrado a mi mismo sin nada que mirar.
Hoy que el día está helado, opacado, triste y nublado veo personas que poseen, ante todo, el don de brillar.
Sé que algo está por venir, siento que algo debería esperar. Por desgracia la realidad asociada con la razón, vienen siempre a enseñarnos nuestro margen de error.
Hay que saber diferenciar los verdaderos malestares de los simples fastidios, no es de preocupar, pero deberíamos mantener los ojos bien abiertos por si acaso nuestra cólera se convierte en costumbre.
Ser reservado nos convierte muchas veces, sin que nos demos cuenta, en una flor en medio del pantano.
Increíble que algo tan necesario para el control y consistencia de una sociedad sea manejado por una manada de egoístas inservibles. Después de todo, solo eso es la política, una tanda de promesas destrozadas por el peso de ajenos y llenos bolsillos. Que lamentable es entonces cuando entre las sombras, vemos surgir un funcionario honesto, ya que, tarde o temprano, el sistema lo derriba, el estado lo corrompe.
Es justamente la tozudez humana lo que nos ha conducido tanto a nuestros grandes logros, como a nuestra ya inexorable decadencia
Sin lugar a duda, el sufrimiento animal encabeza la lista de mis desesperaciones.
Escucho hablar sobre el futuro de la juventud, sobre el peligro de las drogas, el desempleo, las pocas o nulas oportunidades que el estado le ofrece a los excluidos, a los marginados, pero, ¿Quién, después de tantas reflexiones y debates va a accionar, o mejor dicho, quien puede accionar? Claro, sabemos que no es un trabajo individual, sino un trabajo colectivo, especialmente una tarea que solo los mandatarios y los propietarios del “poder” pueden realizar. Los demás podemos hablar, tratar de concientizar, mejor dicho, tirar ideas al aire y que en el aire mueran. Por esta misma razón pienso que estamos jodidos, el futuro esta condenadamente jodido, la educación, el desempleo, la inseguridad, las drogas y la salud, todo empeorara y todo se ira por el tacho, y este infierno podrido y repugnante no dejara de crecer, arrasando consigo los valores, la humildad y el amor.
Existen agotamientos y agotamientos, ese cansancio del día a día por las desgracias acumuladas, producido también por la rutina, pero también existe “El cansancio”, ese que es devastador, el que se camufla con la depresión, esa extenuación que parece inmortal o que solo podría ser eliminado por un milagro. Hoy, por ejemplo, después de mucho tiempo sin hacerse presente, me sorprendió ese terrible agotamiento producto de la extrema desconformidad hacia la vida. Tuve que recostarme para hacer leve su peso, por lo que me encontré en la cama largo rato, mirando fijamente el techo y con un nudo desesperante en el estómago.
Por el momento, creo aun poder afirmarlo: he venido al mundo tan solo para quejarme y no hacer nada, es decir, no aportar ningún cambio.
Excluyendo las excepcionas más dificultosas de la biología, las verdaderas incapacidades, es decir, las limitaciones originales, las más crueles y fieles, no provienen nunca del cuerpo.
No puedo decir que estoy en contra o a favor, simplemente me es indiferente, pero sin lugar a duda, los velorios son la forma más masoquista de despedida, es repartir el dolor a terceros. No es el adiós que merece el difunto, si no, más bien el adiós que uno cree merecer.
Cada día que termina, es vencer una batalla a la muerte.
Buscar la felicidad es alimentar la utopía del espíritu.
Trato de olvidar que estoy condenado, intento neutralizar por el momento la realidad de saberme perdido y atado a esta falta de progreso, lo logro, algo parecido a una sonrisa se dibuja en mi cara, salgo al aire y me recuesto en el patio, acaricio a mis gatos, y todo por in instante se vuelve tranquilo, me encuentro despreocupado y momentáneamente en paz. Un minuto después me dejo caer nuevamente al vacío, al abandono de uno mismo. ¡Tanto esfuerzo mental tan solo por un pequeño receso! ¿Así serán todos los instantes de plenitud, tan solo un suspiro, tan solo una estrella fugaz?
Por el momento, mis intento de escribir ficciones no me han servido, logro entretenerme un tiempo, no quiero entretenerme, si no, más bien un lugar soltar el infierno, y proclamar gritos ensordecedores, gritos atronadores pero mudo. Me ha servido las frases directas, las reflexiones disparadas a escopeta. Escribir aforismo es asesinar las palabras inmediatamente después de ser plasmadas, en otras palabras, una muy buena forma de expresión.
Cuando digo que este mundo está podrido, que este mundo está enfermo, me refiero (aunque este de más la explicación) al mundo del hombre, a esta vida. De más sabemos que el planeta y su belleza no tienen la culpa de nuestro fracaso existencial, aunque desgraciadamente, el ser humano no solo descarga su rabia con los de su misma especie.
Cuando la nostalgia y la tristeza se fusionan con la ironía, nos convertimos en un ser peligrosamente incontrolable, peligrosamente sincero.
Días como hoy, como no extrañar el cigarrillo, nada mejor que una larga y exagerada pitada, y luego largar al cielo el humo, a ojos cerrados, cansado de todo, indiferente y sin futuro.
Las lágrimas bajo un cielo nocturno bañado de estrellas, junto a la claridad de la luna, parecen más reales, parecen más lágrimas.
Yo no sé cuál es el fruto de esta tristeza, pero sí sé que está impregnada en mi yo, esta tatuada en mi alma. Tuve que aliarme a ella para no me matara, y resulta que desde entonces somos excelentes compañeros.
No me alcanzan las palabras, ni el tiempo, ni la vida para expresar lo que siento, lo que veo, lo que percibo del futuro. Tal vez la muerte pueda hacerlo por mí.
Si uno pierde a los amigos, o si en todo caso, los amigos lo pierden a uno, y se ha perdido también a la familia, ya desde el propio nacimiento. ¿Qué hacer y en quien confiar? Simplemente en nadie. Hay vidas solitarias por todas partes, desde el primer suspiro hasta el cajón.
No es muy extraño realmente, pero hay ocasiones en las que un mendigo puede ofrecernos más calor y comprensión que un padre.
La oveja negra tiene la la ventaja, (entre otras cosas) de encontrarse apartada, alejada de su rebaño, digamos, en paz.
Que ingenuo pretender comenzar el día con buena cara, con tantos factores inclinados en nuestra contra. Abrir los ojos llenos de optimismo es casi un acto atroz, es disfrutar de los golpes contra la pared a lo largo del día. Pienso, que deben sentir aquellos que han sido bendecidos con el don del equilibrio, no siendo uno de ellos, no podría saberlo nunca.
Siempre he preferido a los escritores que se han auto- consumido, a los que se han martirizado a sí mismos, esos “locos” de destinos rotos y vidas en llamas, a los grandes que en sus obras incluyeron mínimamente, una pizca de negrura.
Como nos vamos alejando de esas pequeñas cosas que antes lograban encender nuestro sentido de la vida y nuestros goces, nos alejamos casi sin darnos cuenta de nuestras pasiones y nuestros amorosos pasatiempos, también de las personas, claro está, llegamos hasta a despreciar la cara de nuestro mejor amigo, no soportamos más que la soledad aunque sea por un breve periodo. Ya Schopenhauer dijo “El cambio es la única cosa inmutable” y así es, vivimos cambiando, y tal vez sean los cambios los que nos lleven hacia alguna parte y sean estos una de las mayores fuerzas inexpugnables del ser humano, pero son los pequeños cambias producidos en el día a día los que mayor influencia tienen en nosotros, esas modificaciones y esas alternativas. Podemos llevar por años un mismo estilo de vida, frecuentar las mismas personas, permanecer bajo el mismo techo durante una vida entero, pero esos cambios, esas contradicciones que se nos hacen presente en la mente alrededor de la jornada, indudablemente, son las que más se logran notar, las que se hacen presentes.
Oscilar entre la alegría y la tristeza
morderse las uñas de remordimiento
luchar con lo simplemente irremediable
Hundirse en un sinfín de actos sin sentido
Lo intente, juro que lo intente, pero concluí que es inhumano intentar renunciar al odio, hay quienes merecen nuestro odio en su mayor expresión, y no solo para obtener de él lo que se merecen, sino también para mantenernos vivos a nosotros, nuestro odio escupido, es decir, descargado a este mundo y a esas personas dignas de él (cualquiera, inclusive los propios padres), se nos convierte en una esencia vital, en un combustible para encarar la vida.
Mi “destino” en este mundo es comprobar día a día mi fracaso. No hay día que no reflexione sobre esto. Ya en el útero reinaba el caos a mí alrededor.
Tan pocos son los que conocen mi sonrisa, mi verdadera sonrisa, y aun así, no es un deleite ni para aquellos pocos ni para mí mismo.
Siempre se me recalco que no hacía nada, ¡y es tan cierto! No existe ninguna entrada económica de mi parte, no me es indiferente ver el mundito de los seres con los que comparto el techo, me agota ya sus simples diálogos, me alejo, sí, me alejo, intente ser un miembro productivo de esta inmunda sociedad y solo logre enterrarme más en mi tristeza. Entonces, está perfecto que se me reclame el no hacer nada. Las ganas de vivir no pueden ser enseñadas ni prestadas, nacen en el interior, si es que aún se posee de uno.
Soy una persona difícil de tratar, mi carácter suele ser fuerte aun en medio del reposo y la tranquilidad, pero si mi boca se abre es porque mi boca sabe lo que dice, y lo dice con la mayor sinceridad posible. Quien no sea capaz o no quiera tolerar estas simples características de mi personalidad, que de media vuelta y se largue. Mi puerta siempre los espera entornada.
Comenzó el día ¿y qué? Maldita sea… ¿y qué?
En estos tiempos de tanta frialdad, de exceso de competitividad y extremo egoísmo, esta época de celulares y no de rostros, de exigencias y no de logros, estos días de cachivaches y aparatos y no de abrazos y piel. Que mejor que un libro, un simple libro para salvar lo poco de alma que nos queda.
Tantas veces, ni la música ni la escritura me sirven como medio pero desahogarme, solo me sumo en un largo letargo, y miro por la ventana y no hay sentimiento alguno que en mi recaía, y así se me escurren los minutos, incluso las horas. Hoy al parecer, es uno de esos días, claro, ahora mismo escribo, pero se, lamentablemente se, que después del punto final, me hundiré en un sinfín de pensamientos que no logran despabilar ni hacer reaccionar ni una pizca de vida en mí. Digamos, a veces no soy más que una llama casi extinta.
Preferir un ocaso en soledad que en compañía. Hay quienes llevan el arte de la soledad en las venas, digamos son doctorados en soledad.
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