La nada. La insustancial nada. Según Lavoisier, nada se pierde, todo se transforma, según otros filósofos, es ocioso referirse a algo carente de sustancia.
Pues bien, la nada existe y se refocila en su misteriosa estirpe. Es ella, sólo ella, nadie le discute su discutible trono. Ella está repleta de oquedades, de voces sordas, de lamentos sin voz, de arrepentimientos, de las cosas jamás pronunciadas. En ella subyacen las grandes teorías, mudas, silentes, inexistentes. Están allí para ser descubiertas, pero el hombre es un ser demasiado tangible para atreverse a cruzar dicha difusa frontera.
¿Qué es el universo? La hermandad entre lo infinito y la nada. Un hoyo negro se traga estrellas y galaxias completas, pero no existe algo que sacie su pantagruélico apetito. La nada, se sacia con nada.
Nada había en mi cabeza (quizás nunca lo hubo), pero una amiga, una lejana amiga, quiso desafiarme a escribir sobre algo que ha sido fuente de numerosas discusiones: la nada. Y aquí voy, a los tumbos, tratando de asirme a lo imposible, queriendo encontrarme cara a cara con la faz de eso que nadie nunca ha visto.
Ya sé, de partida perdí el desafío, cualquier empeño es ocioso, la nada se refocila y se despereza en su geografía imposible.
Nada, acá estoy,
Muéstrame un minúsculo encaje
Susúrrame con tus acentos sordos
Que soy un torpe, un desatinado,
Nadie ha osado desentrañarte
Porque nadie bebe de un manantial vacío,
Porque antes de nacer, ¿yo era nada?
Carezco, como ustedes comprenderán, de un basamento filosófico y todo lo expuesto son migajas de un conocimiento espurio. Nada sé, nunca lo he sabido ni nunca lo sabré. Entretanto, la nada acaso me saca su indecible lengua.
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