“No es lo mismo maldecir la lentitud del arado mirando desde lejos, que ir jalando la yunta”, me decía la difunta. Mire hijo, —un vez me comentó— cuando tuve la necesidad de ir a trabajar a la gran ciudad conocí de todo. Había quienes siempre estaban hablando de la gentileza, se la aconsejaban a todos, se ponían de ejemplo, tal vez porque nadie conocía de sus defectos. ¡Eran tan gentiles!, seguramente por eso cuando sus vecinos tenían fiesta, ellos se divertían arrojando a escondidas a los invitados globos llenos de agua, ¡por pura gentileza válgame Dios!
Mire mi hijo, soy vieja pero no pendeja, por eso le doy un consejo: no se confié mucho de aquellos quienes hablan de virtudes, porque son más sus defectos escondidos que sus buenas actitudes. Nunca siga boquiabierto el vuelo de la blanca paloma, porque la gentil ave en un descuido caga y lo embroma.
Ah la difunta y sus decires, mucho me enseña recordarlos, hacerlo me hizo entender que... “La vida no es perfecta. Las otras personas no son perfectas. Dios me libre, ni siquiera, yo soy perfecto”.
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