"Porque allá hay muertos que no dejan tras de sí el cadáver
como un abrigo que le ha caído de los hombros"
Jorge Enrique Adoum.
Lo malo de vivir en una ciudad como ésta, es que a cada chico rato se viene uno tropezando con tantísimos difuntos.¡Alabado! Salen de golpe de entre la bruma gris azulosa, todos azotados. Aparecen a cualquier hora del día. Unos de prisa, a las carreras; otros no, andan como si estuvieran dando la vuelta, en medio del terregal rojizo. colorado, silencioso. ¡Ave María! Se asoman por las ventanas de los edificios abandonados. Gritan con gritos que no se oyen. Gimen. Lanzan hondos suspiros. Silban. Murmuran. Dan voces. ¡Virgen santísima! Hay guerreros armados con sus lanzas, muchas mujeres enrebozadas, niños, muchachos, suicidas, viejitas rezanderas, revolucionarios que se murieron con el "¡Viva...!" en los labios resecos, partidos, músicos que no ha dejado de tocar, borrachos alegadores y peleadores, padrotes, putas y jotitos. Suben y bajan por los callejones angostos, retorcidos. Caminan por los parques y mercados. Pálidas sombras. Sombras oscuras. En medio de la niebla. ¡Dios bendito!
Entre la polvadera colorada. En los edificios de cantera. En los jardines públicos. Transitando en los portales. Es lo malo... |