No sé si se podrá añadir algo nuevo en esto de la literatura, pero por si acaso contaré. El hombre, timorato, había sido enviado por sus padres a casa de una tía en la gran ciudad, dado el escaso afán por las mujeres que hasta la fecha había mostrado, pensando que aquel anonimato activaría un interés que no tenía en aquel lugar de provincias tan lejano y olvidado. La familia era de posibles y pensaban casar al vástago con alguna parienta suya- lo que era habitual- de parecida o igual posición.
El caso es que el muchacho tampoco demostró en la ciudad un instinto del que carecía y que no podía ser por menos obviado ni en el pueblo ni en la gran ciudad.
E incluso todo lo contrario, ya que el chico dio muestras, liberado un tanto el instinto con la lejanía de los progenitores, de tener interés por los individuos del propio sexo, demostrando en ello que no era un ser asexuado sino que sencillamente no seguía la corriente mayoritaria de la población.
De resultas de tales lances, el individuo perdió la virginidad. Y con tales mimbres su tía capitalina lo regresó al pueblo.
El padre, en cuanto conoció la noticia montó en cólera, mientras la madre quiso apaciguar la situación con frases pretendidamente de aliento entre las que se coló de rondón, la siguiente:
-Déjalo Pedro, que viene hecho un hombre, que se ha hecho mayor.