Hoy se habla de integración social, manoseando términos y girando en círculos. Porque lo que no se quiere efectivamente es debatir.
El hombre en si mismo, a pesar de ser el centro de políticas asistencialistas y el objeto de planes paliatorios, no es tomado en cuenta. Y esta circunstancia nos enfrenta a la dura realidad de un mañana sin protagonistas.
Porque si la clase política del presente se ocupa de la inmediatez, de los parches, del “tapar agujeros”, nos encontraremos pronto con el desasosiego de seguir tan problematizados como antes pero sin posibilidad de vuelta atrás.
No podemos cerrar los ojos a la pobreza que nos circunda en un abrazo que seguramente llevará al ahogo. A los miles de niños, adolescentes y jóvenes que no han alcanzado la escolarización, ni la educación no formal, que no tienen acceso a la cultura, que en fin, serán parias sociales, ajenos al mundo dignificante del trabajo, de la productividad.
¿Que será de esos adultos que no pudieron formarse? ¿Qué será de una sociedad integrada mayoritariamente por excluidos? ¿Qué será de nuestras instituciones?
No estamos haciendo futurismo sin sostén.
Si no propiciamos el cambio hoy, mañana, las generaciones que nos siguen, lo estarán padeciendo.
Todo cambio exige políticas concretas y unívocas, pero sobre todo compromiso y responsabilidad. Y este cambio, en particular, exige a su vez una mutación de paradigma. Abandonar el asistencialismo, la entrega de cajas de comidas, de zapatillas, de chapas o colchones, según las circunstancias y comprometerse en serio con el Hombre. Hombre con mayúsculas.
El nuevo paradigma debe ser la recuperación del ser humano, de todo lo humano del ser.
Así como distintos momentos de la historia de nuestro país exigieron a la clase política definiciones prontas sobre temas que para el imaginario social eran excluyentes. (Democracia y recuperación de las instituciones. Políticas económicas, etc.) Hoy la agenda política debe detenerse en un tema, que debe ser, a la vez, el principio y el fin de cada plan de acción: el Hombre, en todas sus dimensiones.
Como sociedad enfrentamos una encrucijada, si seguimos el camino que viene trazado por la cultura política dominante; la exclusión social, la brecha entre los pocos que tienen y los muchos que han quedado afuera, seguirá creciendo, porque, y la evidencia es mirar el mapa social del país, cada vez son mas aquellos a quienes les falta todo, quienes están excluidos.
Se impone, entonces, reposicionar al ser humano, devolverle su valor.
El modelo anterior, tan arraigado, ha hecho del hacer política una carrera que olvida al capital humano, obviando que los números crecientes de la pobreza, de la marginación, de la falta de cultura y educación, harán tambalear nuestro futuro, poniendo en duda las instituciones.
Existen circunstancias en que nuestro rol nos impide vislumbrar “la salida del atolladero”, o presiones a las que no podemos ser ajenos, como la coyuntura económica, los compromisos internacionales etc. pero también existe un compromiso irrenunciable con y para la sociedad, base escencial de nuestra nación. Ese compromiso que se impone hoy es redibujar al ser humano.
Y en ese diseño del nuevo hombre argentino una herramienta fundamental es la educación. Una educación incluyente, que acerque en lugar de crear brechas, que brinde posibilidades y abra puertas. No podemos permitir de cara al año 2005 que los niveles de deserción escolar aumenten, que nuestros niños, adolescentes y jóvenes queden fuera del sistema. No podemos permitir que la enseñanza se prostituya.
La realidad es que con un pueblo inculto, en el que la enseñanza ha perdido su rol prioritario, no puede lograrse una nación próspera.
Se impone cambiar el modelo con la conciencia de que el asistencialismo es un régimen caduco, que trajo aparejado grandes males, sobre todo falta de confianza en las propias manos, en la inteligencia, en el trabajo como forma de subsistencia.
Se impone reconstruir al hombre.
|