Situémonos en la siguiente escena:

Hoy en la mañana desperté con ganas de enviarle un mensaje telefónico al amor de mi vida. Después de analizar muy bien que este actuar era un movimiento intrínseco de mi personalidad, y que todo lo que esto implicara no me haría arrepentirme mas tarde (a pesar de notar el exceso de confianza que había en mi, aunque no tan excesivo), tomé mi teléfono, y escribí un par de frases, que debieran implicar un pequeño intercambio de palabras en un tiempo determinado.

Después de enviado este, decidí que tenia que esperar un pequeño lapso de tiempo antes de leer cualquier respuesta (si es que esta llegaba), por lo que tomé mi teléfono y lo escondí en un velador de mi pieza, donde estuviera imposibilitado de escuchar cualquier llamado de este.

Una vez hecho esto, comenzó una batalla que no iba a tardar en llegar.

"Quédate quieto. Come una galleta. Aun no terminas tu desayuno. No te pares. Aléjate del velador. Date unas vueltas. Deja de moverte. Come mas galletas. Come todo lo que hay en la mesa. Baila un rato sobre la mesa. Mójate la cara. No te acerques al velador. No lo intentes. Da una vuelta a la manzana. Ordena cualquier cosa."

Seguramente el amor de mi vida ya me habría respondido (o quizás no), pero esto era mas que un desafío para mí, intentar tomar un poco de tiempo antes de revisar el buzón telefónico.

A veces sentía como si un ser interno agarrara las conexiones centrales de mis nervios, y como si fueran las riendas de mi vida, me tomara y me dirigiera hacia aquel velador, que quizás, ni siquiera tenga respuesta alguna.
Entonces, cada cinco minutos, debía entorpecer a ese ser "ansiedad", distraerlo, hacerle perder el sentido, desorientarse, antes de que volviera a tomar las riendas, que hasta ahora, creo haber descubierto, están a la altura de mi ombligo.

Es una buena batalla, si quieres darla de mañana.

Aun así, debo confesar, que terminé rompiendo el velador.