El rompecabezas de Santiago
Había una vez un niño llamado Santiago que cursaba el cuarto grado de primaria, era todo un experto en armar rompecabezas; sus favoritos eran aquellos que tenían imágenes de aves.
Un día por la tarde cuando el sol apenas comenzaba a ocultarse se encontraba el pequeño en el patio de su casa armando un rompecabezas cuando repentinamente, bajó de las alturas su amigo Volarin, un pájaro pequeño con unas hermosas alas que lo hacían verse elegante.
-¿Que haces Santiago?-, le pregunto el pájaro.
-Estoy terminando de armar el rompecabezas que me regaló mi papá el día de mi cumpleaños, ¿ya viste que se parece a ti?
-¡Oh sí, ya veo!- Contestó el pájaro.
–Y a ti, ¿qué tal te ha ido Volarín?
–Durante estos tres últimos días lluviosos me he sentido un poco triste, ya que, solamente podía volar cuando cesaba un poco la lluvia, pero ahora estoy feliz porque al fin pude venir a visitarte y a contarte algunas inquietudes que tengo en mi mente.
Santiago escuchaba a su amigo Volarín mientras terminaba de armar su rompecabezas, cuando de pronto llegó su mamá con unos deliciosos bocadillos acompañados de una limonada sobre una charola floreada. De inmediato, los dos muy gustosos con gesto de agradecimiento se levantaron del piso para recibir la deliciosa merienda. Santiago dio las gracias a su mamá dándole un beso en la mejilla.
Ella al ver el progreso del menor en armar rompecabezas, lo felicitó, y de inmediato se retiró.
-Es muy interesante lo que me acabas de contar Volarín, sabes, me encantaría que trajeras a tu familia a vivir a mi casa, pero no creo que a mis papás les agrade mucho la idea, mejor dejemos esa plática para después, ¿no te parece?
-Estoy de acuerdo contigo Santi. ¡Oye eres genial, ya terminaste!, ¿de verdad crees que me parezco a este pájaro?
-Bueno, éste cenzontle se ve mucho más grande que tú -decía Santiago mientras que señalaba la imagen -Pero algún día crecerás y serás igual de grande y fuerte como él, estoy seguro.
-Mmm, están deliciosos los bocadillos, pero me tengo que ir antes de que obscurezca, además creo que otra vez va a llover, el cielo se está nublando.
-Está bien Volarin pero prométeme que te irás con mucho cuidado, no me gustaría que te pasara algo -le dijo Santiago.
Desde el ventanal que daba hacia el patio, la hermana de Santiago podía darse cuenta de que la amistad entre ambos era perfecta, y cuando se percató de que el animalito se había ido, tomó de la mano a su mamá para que juntas salieran a ayudar a Santi a guardar su nueva obra dentro de la casa, ahí la pegaron con un adhesivo de gran calidad sobre un marco rústico de madera y cuando regresó su papá de trabajar les ayudó a colgarla en la recamara azul.
Al terminar, Santiago le comentó a su papá que la próxima vez que visitaran a su abuelito materno, él le regalaría un nuevo rompecabezas, pero con más cantidad de piezas que aquel que acababa de adornar su habitación, eso sí, siempre y cuando obtuviera buenas calificaciones. Su papá le dijo que estaba seguro de que así sería.
Pasaron varios días y Santiago no sabía nada de su amigo, así que triste y desesperado le pidió un día por la mañana a su mamá que lo llevara al mezquite donde se encontraba el nido de la familia Volarin. La señora, al verlo tan intranquilo, fue de inmediato al closet por un par de abrigos para ambos y de inmediato se subieron a la camioneta para trasladarse hasta el lugar indicado. En cuanto llegaron, la señora apagó la camioneta, y el niño de complexión delgada salió corriendo de inmediato hasta llegar al árbol, lo trepó y al asomarse al nido se dio cuenta de que no había nadie en ese momento, entonces bajó rápidamente y llorando regresó a la camioneta. Desesperado, le pidió a su mamá que le ayudara a seguir buscando al pajarito, por lo que ella continuó apoyándolo.
De regreso a la casa, al ir manejando a una velocidad ligera, Santiago y su mamá no encontraron ni una pista siquiera.
Al día siguiente, Santiago se sentía indispuesto para bajar a desayunar, pues no había podido cerrar los ojos durante la madrugada por la preocupación de que le pudiera haber pasado algo a su amigo. Acostado en su cama individual cubierta de un edredón de Cars, contemplaba el rompecabezas del cenzontle que le recordaba a Volarin, pero al intentar conciliar nuevamente el sueño, comenzó a escuchar unos pequeños ruidos en la ventana de su habitación.
Toc, toc, - ¡Santiago soy yo, aquí, en la ventana, abre por favor!
-Volarín, eres tú-decía Santiago mientras se tallaba sus ojos pizpiretos.
-Sí Santi, ya estoy de regreso.
Santiago, de inmediato saltó de su cama hacia la ventana para poder estar cerca de su amigo, rápidamente abrió la ventana con sus manos claras como la nieve y acercando su cara hacia el pajarito se dio cuenta de que algo no estaba bien, y sí, efectivamente algo le había pasado a Volarín porque su rostro no era aquel alegre, en esta ocasión revelaba un poco de molestia.
Santiago derramaba lágrimas de alegría porque al fin había logrado ver al cenzontle y también de preocupación por la incertidumbre de saber qué es lo que había sucedido en todo ese tiempo.
-¿Cómo estas amigo, que te ha pasado?, ¿Por qué no habías venido?, he ido a buscarte hasta tu hogar y ni así he sabido algo de ti–dijo Santiago.
El pajarito muy apenas podía caminar, pero haciendo un gran esfuerzo pudo acercarse a Santiago para poder contarle la desagradable historia.
-No estés triste Santi,-dijo el pájaro, -estoy bien, ¿por qué no me invitas a pasar y así te cuento lo que ha pasado?
De inmediato Santiago al verlo lastimado de su ala izquierda, lo subió a la palma de su mano y lo acostó sobre su almohada acojinada.
-Te acuerdas la última vez que nos vimos cuando armamos el rompecabezas que te regaló tu papá, -¡Claro que me acuerdo!,-exclamó Santiago,-Ah pues ese día cuando regresaba a mi casa comenzó a llover cada vez más y más fuerte y todavía me faltaba una cuarta parte de recorrido por volar, pero como tú sabes, me dan miedo los truenos y preferí alojarme entre unas ramas de un árbol muy frondoso, pero eso no pudo evitar que sobre mi cuerpo escurriera agua como una cascada sobre un pequeño peñasco, así que no tuve otra alternativa más que continuar volando, a pesar del pánico que habitaba en mi sangre caliente.
Santiago, muy atento escuchaba al cenzontle mientras que lo acariciaba, y sin esperar más tiempo le pidió permiso a su mamá para llevar al animalito con su Papá Mago, ya que estaba seguro de que él podría curarlo.
Al llegar a “La Granja” vio a lo lejos al anciano quien en ese momento se encontraba sentado bajo la sombra de un enorme fresno contemplando una linda mariposa que revoloteaba a su alrededor, presumiendo sus hermosos colores extravagantes.
-¡Pásale muchacho!-grito Don Margarito,-¿Qué haces por acá tan temprano?
-Buenos días Papá Mago- Contestó Santiago al anciano besándole su mano arrugada y suave. –He venido a buscarlo para que me ayude a curarle la herida a mi amigo.
-¡Ah!, con que este pájaro es tu amigo, -¿Y cómo se llama?
-Le llamo Volarín porque vuela como si tuviera dentro de sí mismo el motor de un avión.
– ¿Papá Mago?- Le preguntó Santiago con desesperación. – ¿Verdad que usted me podrá ayudar?
-¡Habeer, vamos a ver, solamente está lastimado de una ala y creooo que tengo el remedio per-fec-to!
-Santiago, de inmediato saltó de alegría y pronto se acercó hacia su amigo, y mirándolo a los ojos le dijo: -¡Escuchaste Volarín, pronto estarás bien, lo sabía, lo sabía!
Mientras que Don Margarito curaba al pájaro con unas hojas de higuerilla y un poco de su propia saliva, Santiago observaba muy atento, y a la vez escuchaba su interesante charla acerca del Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana.
Pasado de media hora, Santiago recibió de las manos de su Tatarabuelo al pequeño Volarín y dándole las gracias se despidió de él nuevamente besándole su mano.
Al fin regresó tranquilo a su casa, y al entrar vio a su familia disfrutando de un delicioso desayuno, así que no dudó en acompañarlos, se sentó y cuando les mostró al pequeño animalito, éste ya dormía profundamente.
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