Habiendo llegado al lugar, di cuenta de algo asombroso. El sistema de sonido estaba en otro lugar de la habitación del que solía estar cuando lo había cambiado de posición, después de muerto mi padre. Ahora estaba en el lugar donde mi padre lo había colocado. Grito desesperado por ayuda. No importando mis gritos, nadie los oirá en esta espantosa tormenta, menos aún, considerando la lejanía del pueblo más cercano que pudiese auxiliarme. Mis esperanzas de vivir después de esta noche disminuyen cada vez más. Algo me pasará, estoy seguro. Antes no creía en la precognición, ahora me parece tan real. Moriré.
Mientras me desahogo con la canción, miro algo que se asoma detrás de una de las bocinas. Parece un pequeño diario. Yo no recuerdo a nadie en esta casa con un diario. Quizá mi padre lo usaba, pero no era de las personas aficionadas a la escritura. Tengo que examinarlo, debe ser una pista para todo esto. Lo abro y empieza diciendo:
Jueves, 26 de marzo, 1998
He descubierto, al revisar archivos antiquísimos de la biblioteca local, que el terreno donde he construido la casa era un asentamiento para una comunidad religiosa, sospechosa de realizar ritos paganos. La gente de la región se quejaba de ellos. Aseguraban que se mataban personas en sus rituales. ¡Cosa sorprendente! Siempre me gustaron este tipo de rumores. Ahora vivo en uno.
Realmente no creo mucho en espíritus, demonios ni nada por el estilo. Sólo me parece emocionante pensar en que existan. Lo que me preocupa es contárselo a mi esposa y a mi hijo. No quiero asustarlos con puros cuentos extraordinarios. Prefiero que no lo sepan.
Sábado, 20 de junio, 1998
Ha pasado algún tiempo desde que escribí algo en el diario. Lo he tenido arrumbado. El polvo lo cubre por todos lados. Da la impresión de ser escrito hace ya muchos años. Mi letra ha cambiado. Mis maneras han cambiado. Desde que supe aquello de los supuestos ritos paganos, mi vida en esta casa ha cambiado. No debí indagar más de lo debido. Ahora mi vida peligra.
Tengo miedo por mi hijo. Mi esposa murió aquel día, martes, 8 de mayo de 1998. He tratado de hacerle superar su pérdida a Sergio. No obstante, mis esfuerzos han sido inútiles. Se niega a aceptar su muerte. Me culpa a mí por no cuidarla lo demasiado. No tiene ni idea de por qué o cómo ha muerto. Y sí… ha sido mi culpa.
Todo comenzó cuando encontré aquellos archivos de la biblioteca. Me fascinaron por su espectacular relato amarillista sobre lo que antes sucedía en este terreno. Indagué más acerca del culto, hallando cosas impresionantes. Una figura de una criatura hecha en vidrio. Básicamente, era como un espejo antropomórfico. Algo bizarro para una deidad, eso supuse que era. Normalmente uno esperaría otro material más duradero, pero ¿vidrio? Eso era nuevo para mí. Había un nombre que se repetía en los textos: Yerzlf. No pude averiguar mucho sobre su procedencia, en ningún otro lugar hallé el nombre. Eso levantaba más mis sospechas, porque, o bien la secta era un fraude, farsa, o, por otro lado, era algo tan bien guardado, que sólo aquellos dedicados al culto podían saber. Pero me impresiona que hayan parado los ritos a esta supuesta deidad: Yerzlf.
Al menos creo que podrían haber cambiado de lugar para la realización de sus rituales. Debo decir que resulta extrañísimo que una secta desaparezca del día a la noche, sin dejar rastro alguno. Resulta igualmente extraño el no poder encontrar referencia de Yerzlf en ninguna parte. He preguntado a personas expertas en el asunto y no me han sabido responder. Se empiezan a burlar de mí, dicen que sigo no más que un neto seudomito lovecraftiano. Mi razón me dice que estoy sumido en algo distinto que un mero cuento de ciencia ficción. Hay algo que no cuadra, no sé exactamente qué es, pero ciertamente que lo hay.
He escarbado en el patio trasero de la casa en busca de alguna evidencia de esta secta a Yerzlf. Mis hallazgos me impresionan. Me gustaría mostrárselos a un paleontólogo, pero seguramente me tomarán, como siempre, de lunático. Mi obsesión ha dado frutos. Encontré restos humanos, aparentemente calcinados; pero eso no es lo más sorprendente: presentan mordidas de dientes humanos. ¡Aquí se realizaban prácticas primitivas! ¡Canibalismo!
La naturaleza humana nunca ha cambiado, sólo se ha puesto una línea en donde no debería haberla. La humanidad ha suprimido su innegable naturaleza perversa. ¿Perversa? ¡No! No hay perversidad en la naturaleza; no hay conceptos de “bien” ni “mal”, “malo” o “bueno”. Es imparcial, no actúa, no es voluntad. Estoy seguro que estas prácticas siguen muy vivas en muchas regiones del mundo. No debe ser una casualidad que aquí se presente el caso.
He decidido no mencionar a nadie al respecto. Me parece que se le hará mala fama, cuando esto es algo de lo que debería uno sentir respeto. Aceptar la propia naturaleza requiere cierta valentía. Nos da miedo pensar que podamos llegar a ser capaces de eso y más, por eso vivimos tan estresados; experimentamos ese sentimiento de “estar fuera de lugar”, de ser un extranjero. ¿Acaso no? Sí, todos lo advertimos. La excusa usual es que tenemos costumbres desemejantes, y al convivir con personas que no comparten nuestras costumbres, decimos que nos sentimos fuera de lugar. Aceptamos una falsa pluralidad de sistemas de creencias, credos, prácticas, tradiciones, costumbres, cuando la realidad es que los humanos somos sólo dos cosas y una a fin de cuentas: somos nuestra presa y nuestro depredador. En eso se resume la naturaleza humana. Somos nuestros depredadores, nuestra comida, nuestro verdugo. Los suicidios, con esto, pueden cobrar mayor sentido. Éstos son la aceptación de este principio natural. Estamos sumisos ante nosotros mismos; somos amo y esclavo. Ni más de una ni menos de la otra. Y ser esclavo requiere poder de amo para ser sometido ante él mismo; ser alimento requiere de alguien que pueda comerlo. Porque ¿llamaríamos alimento a lo que nadie ha comido? Por supuesto que no. Quitar la vida a alguien es parte de este principio. Sea ese alguien uno mismo o alguien más. Somos seres vivos, pero estamos muertos.
La aceptación del principio cada vez me parece más sensata. Si la humanidad entera la aceptase, no habría más cárceles ni instituciones como esas; que sólo castigan a quienes van conforme a la ley indudable de la naturaleza…
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¿Pero qué demonios era mi padre? ¿Qué son estas palabras? Nunca le conocí de tal manera. Parece otra persona completamente diferente. Sus últimos días los pasó de tan perturbada forma. Suena a algún monstruo inhumanizado, detestable. Su obsesión fue, en algún sentido, su asesina, eso es. Las preguntas que me genera son más de las que me contesta. Ese diario sólo me ha sumido en un terror inefable. Quisiera poder estar soñando una maldita pesadilla. Sin embargo, no creo ya que sea el caso. La realidad es no más que una tela de delgado grosor, capaz de manearse a las formas menos consideradas. |