Alfredo salió a almorzar en su automóvil último modelo a las 11:00 a.m. En su carro tenía un despelote de cosas, porque la noche anterior había ido a una fiesta y había regresado borracho bebiendo vodka y comiendo galletas de caramelo. Tenía varias botellas regadas por todo el sitio y además muchos paquetes. También tenía un libro que se había robado de la hemeroteca de su ciudad el día anterior, sólo por el placer de robar, ni siquiera había leído el título.

Ese día era bastante inusual, Alfredo se dirigía a un restaurante que le había recomendado un amigo, llamado “asado de niño”. No creería lo que vería, Alfredo pensó que el nombre hacía referencia a un animal pequeño, no a un niño de verdad. Era un restaurante que quedaba en un lugar muy secreto, al salir de la ciudad. Alfredo nunca imaginó que iba a encontrar algo tan horrendo en aquel lugar. Al llegar estacionó su carro y se dirigió a una de las mesas, había varias familias almorzando; al principio Alfredo no pudo creer lo que estaba viendo; realmente eran niños lo que las familias estaban comiendo. Alfredo sabía que era un restaurante especial, pero no se imaginó que era algo tan demencial.

Sin embargo, la curiosidad y el sadismo, hicieron que Alfredo continuara en el sitio. Procedió a sentarse y un mesero vino a atenderlo. El mesero le dijo que el plato especial de todos los días es “asado de niño”, es decir, que la idea es que se coma al niño completo, pero también se le da la opción de escoger si prefiere comer solo una parte. Por ejemplo, si quiere las costillas, los muslos, los dedos, los pies, los ojos o lo que el cliente desee. Alfredo se sintió aterrorizado y habló con rudeza – eso es ilegal -. El mesero le dijo, que esos niños son niños abandonados por la sociedad, que eran niños desahuciados. Alfredo lo volvió a inquirir - ¿Puedo ver en qué condiciones están? El mesero le dijo que sí y procedió a llevarlo a que viera las condiciones en las que ellos estaban.

Lo que vio Alfredo, no lo podría olvidar nunca. Esas imágenes permanecerían clavadas en su mente hasta su muerte. Había muchos niños (5-10 años), encerrados desnudos en jaulas como encierran a las vacas. Alfredo le preguntó que por qué hacían eso y el mesero respondió – Yo no soy muy animalista, pero matar y comerse a un niño es como matar y comerse a un cerdo, es casi lo mismo -. Alfredo se quedó pensando y volvió a cuestionarlo, explíqueme bien. El mesero, sin aires de maestro, con sinceridad y básica lógica le respondió – El niño y el cerdo tienen: dos ojos, una nariz, una boca, dos orejas, un aparato digestivo, piel, cerebro, un aparato excretor, un aparato respiratorio y son indefensos -. Alfredo por fin entendió – ambos tienen las mismas fibras nerviosas, es el mismo sistema nervioso -. Alfredo se devolvió y se sentó en una mesa y al ver que comerse un niño es casi igual que comerse a una vaca, le pidió al mesero que le trajera un niño asado. El mesero, muy formalmente le respondió – con gusto -.

El mesero se devolvió, sacó a uno de los niños, lo llevó a la cocina, lo despellejó, como despellejan a las vacas con varios instrumentos de cocina y procedió a asarlo aún agonizando, y luego lo partió en varios pedazos para poderlo poner en un plato. Le partió las piernas, los brazos, el torso lo partió en tres pedazos, y la cabeza la dejó intacta sin la piel. Luego le llevó la comida al hombre. El mesero inquirió - ¿Le traigo sal, salsas, picante, chimichurri o alguna otra cosa? -. Alfredo respondió, tráigame todo eso, para sazonarlo mejor. Alfredo le echó chimichurri, sal y picante. Dejó las salsas a un lado. Se comió todo menos los huesos, pagó su cuenta y se devolvió para su residencia.