Dos días en esa prisión de piedra y era impensado permanecer un tercero, el motivo de mi trastorno era miedo, vil y desesperante pavor.
Era montañista y escalador, me dedicaba a cruzar esos caminos difíciles de la arquitectura natural, hacía documentales de los mismos y vivía de la aventura, un cañón era mi nueva obsesión, preparaba mi asenso a este recóndito lugar en las montañas rocosas del sureste de este país, dejaba notas de voz y demás rastros de mi partir, fue prudente y agradezco a Dios haberlo hecho, estoy seguro que mi hermana fue la responsable de mi oportuno rescate.
Preparé mi mochila con los artículos necesarios para la actividad, partí desde muy temprano de mi hogar, la gélida mañana acompañaba mi andar en esta aventura, no me considero un viejo para la escalinata, me encuentro en edad madura y si bien es cierto no tengo los mismos reflejos que hace unos años, siento que estoy en plenitud de mis habilidades.
Subí sin contratiempos hasta poder vislumbrar el objeto de mi visita, el tiempo en aquel verano era benévolo, pero por las noches sabía que sería crudamente frío; sin más dediqué mis energías iniciales a subir las rocas más inclinadas, el sol era brillante mas no ardiente, lo que hizo mi andar llevadero, avance demasiado ese día, subí varios metros arriba, podía sentir como el aire helado de las alturas golpeaba mi rostro, estaba tan distraído con la maravillosa vista desde mi perspectiva cuando una piedra floja se desprendió e hizo torcer mi paso, haciéndome caer en una grieta de la montaña.
El cañón en el que caía era angosto, la profundidad de este era aproximadamente de veinte metros, había cometido un error infantil él cual me avergonzaba, debería estar agradecido pues la caída no me mató, reboté contra las paredes de la grieta, y esto hizo desacelerar mi impacto, la que no tuvo tanta suerte fue mi pierna derecha, se rompió mi tobillo al recibir todo el peso de mi cuerpo, había escuchado el crujir seco de una rama, ahora estaba seguro que fue mi articulación que se hacía pedazos; en cualquier momento se convertiría en una masa morada e hinchada, y que decir de mi muñeca izquierda, pareciera que fue la que secundó el impacto de mi caída, lucía inflamada y me era imposible mover. Mis ojos lagrimaban por el dolor salvaje en mis extremidades, un dolor como nunca antes había experimentado.
Observaba mis posibilidades y pese a que salir era posible, en esas condiciones se hacía complicado, no podía moverme mucho, el sufrimiento se intensificaba, pensaba detenidamente, mi temor era que la noche llegara y el frío me envolviera, tomaba agua de mi cantimplora a la vez que elevaba la vista. Se veía tan lejano el ascenso.
Sería tan inmenso mi dolor que no reparé en el momento en que me desmayé, desperté en la obscuridad de mi nuevo refugio, el frío nocturno me hacía volver en sí, solo la luz lunar alumbraba todo a mi alrededor, un cielo estrellado se asomaba en la grieta del cañón, me pasé contando todas las estrellas para no perder la cordura y distraerme del frío. Llevaba contadas doscientas diecisiete, un numero grande para el breve espacio de cielo que me tocaba, solo cuando dejé de mirar hacia arriba me di cuenta que dos brillos más de estrellas se ocultaban en el cañón, justo ahí abajo conmigo, brillaban rutilantemente, me hipnotizaban, sentí gran cansancio y dormí observando fijamente esos dos puntos plateados en la obscuridad de mi prisión.
El hambre intensa me despertaba muy temprano al día siguiente, había dormido y descansado suficiente, ahora mis entrañas gruñían sonoramente, abría mi mochila que fungía como almohada y sacaba algunos alimentos (galletas y frutas secas) para saciar mis ansias de comer, mientras masticaba apresuradamente recordé el suceso de anoche, y miré al punto en donde estaban esos puntos brillantes en la negrura, me aterraba imaginarme que no era el único que se encontraba en las profundidades del cañón. Con detenimiento observé las paredes, las formaciones rocosas, todo lo que me diera indicios de un morador más. No existía nada que me indicara vida además de la mía en las profundidades de la grieta.
No me sentía aun completamente recuperado para arrastrarme por ahí y explorar, solo podía moverme alrededor de mi propia circunferencia, tenía temor a la noche, esta vez no era por el frío, temía encontrarme con esos ojos plateados, era necesario hacerme de un poco de luz, pues la extraña figura que se escondía en las sombras pareciese que no gustaba de exponerse.
Me preguntaba si alguien ya habría notado que no volví a casa, en mi cabeza daba vueltas esa incógnita, esperaba ser rescatado antes de ese anochecer, pero sabía que no sería sencillo, las montañas suelen ser traicioneras y pierden a las personas.
Buscaba en el interior de mi mochila una pequeña linterna de mano, mi desgracia se acrecentaba al encontrar que estaba dañada, la caída debió haberla descompuesto, la golpeaba contra la palma de mi mano para hacerla funcionar, mis energúmenos esfuerzos fueron en vano. Observaba constantemente mi reloj de pulsera, es increíble como las horas corren cuando menos lo deseas.
No tuve hambre, solo un poco de sed, estaba ocupado intentando darle solución a mi problema de luz.
Pasado el mediodía logré que el foco del aparato encendiera, estaba listo para las penumbras; con drama observaba como el sol cedía ante la noche, poco a poco veía como mi grieta al cielo perdía su azul intenso, dando paso a la obscuridad, las paredes del cañón se tornaban obscuras y siniestras, la temperatura descendía hasta sacar vahos de mi exhalación. El miedo llegaba.
Prendía la luz de la linterna y la apuntaba a los rincones más alejados del cañón, titiritaba de miedo, estaba esperando a mi visita, por un momento pensé que lo de anoche habría sido un fugaz sueño que combiné con las estrellas del cielo.
Eso habría sido perfecto, pero ese “algo” se empezó a mover entre las sombras, oía como las piedras y terrones flojos de las paredes se caían, era un horror ciego a mis ojos, trataba de alumbrar el sonido, dirigía la luz de la linterna en todas direcciones en que escuchaba algo, solo veía al polvo elevarse.
La luz de mi linterna falló de nuevo en el momento más horrendo de la noche, y ahí estaba de nuevo, entre las sombras, ese par de brillos plateados observando, viendo fijamente mi vulnerabilidad, los vi parpadear, lo escuché jadear secamente, la luz de la luna apenas dibujaba una forma repugnante pegada sobre la pared del cañón, su piel brillaba con la débil luz lunar, lo vi bajar de la pared de la cual estaba pegado como un vil reptil, observé con terror como se erguía en dos patas, un hibrido perturbador estaba al acecho, intenté alejarme a rastras de él, pero de lo que no podía escapar era de sus brillantes ojos.
Como acto de desesperación tiraba la linterna inservible sobre mi depredador, mi débil fuerza hizo que cayera apenas a dos metros de él, pero el impacto contra el suelo la hizo poner de nueva cuenta en funcionamiento, la luz reflejaba el rostro de mi pesadilla. Un rostro repugnante, de piel transparente y ojos como centellas me miraban, si digo que era una cabeza de reptil en un cuerpo humano no mentiría, este ser al mirar la luz escapaba hacía las sombras, mi impresión fue tal, que combinada con la debilidad provocada por mis heridas, causaron un desvanecimiento en mí. No supe más de mi monstruosa compañía hasta al amanecer.
Al día siguiente observaba como la grieta del cielo crecía, se hacía cada vez más grande, era halado hacia el techo celeste, un sonido intenso se aproximaba con mi llegada al cielo, mi viaje era interrumpido por unas manos fuertes que me tomaban una vez afuera del cañón, me quitaban mosquetones y cuerdas, era rescatado por una cuadrilla de vigilancia que fue alertada de mi desaparición, curaban mis heridas que dolían fuertemente. En ese momento fue cuando recordé la vivencia que tuve la noche anterior, intenté ponerme de pie y me fue inútil, me sentía sumamente débil, un mareo repentino golpeó mi cabeza, el hombre que me rescató me pedía calma y permanecer recostado mientras me ataban a una camilla que pendía de un helicóptero, el sonido de sus hélices casi no me permitió escuchar lo que mi salvador le gritaba al hombre que estaba aún abajo y que me había colocado los aseguradores y amarres para mi asenso.
-¿Ves el pie del hombre?
Un lejano “no” con eco era la respuesta, levantaba el cuello y miraba mi extremidad lesionada, antes del amanecer había sido arrancada desde el tobillo (ese fue el parte médico), la masa de sangre coagulada en esa zona permitió que no muriera desangrado, mi desgarrada ropa dejaba ver un desprendimiento salvaje, caí en un coma por falta de oxígeno.
Tres días después desperté en el hospital de mi ciudad, aun sueño con el híbrido de reptil y humano, cada que veo mi muñón expuesto, mentalmente represento a la monstruosidad hundiendo sus fauces en mi tobillo, asumo que el reptil no se acercó hasta que la batería de la linterna se extinguió, apenas y le dio tiempo en los albores de la mañana de arrancarme mi extremidad lesionada, me imagino que estaba tan asustada como yo, solo deseaba comer y para mi desgracia (y fortuna a la vez) solo devoró mi pie izquierdo.
Este tipo de animales me recordó al monstruo de Gila, salamandras gigantes que cazan exclusivamente de noche, son carnívoros y rehuyen del calor escondiéndose en sus madrigueras, ¿Pero qué tipo de bestia me atacó a mí? Ninguna clasificación de reptiles podría encasillar al espécimen que me tiene ahora atado a esta cama. Ni los médicos, ni los herpetólogos han podido darme una explicación de lo que viví. Ya ni siquiera sé si podré volver a practicar mi actividad, y aunque conservara mi pie, el simple horror de imaginarme lo que se esconde en las profundidades de los cañones, oculto tras las rocas, me hace desistir de todo ánimo explorador.
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