Se sentó en un sofá del mismo color de las nubes que miraba.
Encendió un cigarrillo mientras veía llover a través de unos cristales tan turbios como sus ojos. Se bebió de un trago todo el insomnio que le brindaba la noche y decidió que en sus maletas solo pondría cosas alegres.
Abrió todas las puertas de la casa, las del balcón, la del horno, las de los armarios, la de la jaula del canario, y cerró los ojos durante un minuto tratando de recordar como había llegado hasta allí.
No pudo.
Pensó que en ese instante cualquier cosa podría ser y se sintió libre, como antaño.
Bajó las escaleras hasta el portal silbando una canción desconocida y ya en la calle miró hacia todos lados. Había que decidir que rumbo tomar pero pensó dejar que sus pies lo hicieran. Sin ningún motivo aparente miró hacia el cielo que seguía del color de la ceniza húmeda y vio, con sorpresa, al canario posado en la barandilla de su balcón.
Estaba quieto como él, mirando nerviosamente hacia todas direcciones pero sin atreverse a decidir por ninguna.
Pero en un instante diferente el ave inició el vuelo calle arriba sorteando grácilmente una farola y los cables enmarañados de los tendederos, desapareciendo rápidamente de su vista.
Pensó que aquella dirección, calle arriba, era tan buena como cualquier otra y sus zapatos fueron ganando velocidad.
Con cada zancada era consciente de que estaba rompiendo con la vieja vida y ahora de nuevo se le ofrecía otra alternativa, otra vida si así lo quería y aún por estrenar.
Se invento una nueva canción para silbar mientras alcanzaba la siguiente esquina; Quien sabe, quizás ya no volviera nunca.
O si…
Sonrió mirando al frente y sus pasos sonaron firmes durante algunos minutos en memoria de que alguna vez anduvo por allí, pero poco a poco su eco se olvidó de repetirlos y pasó a otorgar voz al silencio.
Dejó de llover justo cuando amanecía.
El cielo se mostró como solo él sabe después de desangrarse de agua, como si quisiera tratar de ocultar que alguna vez hubo una noche de tormenta.
Nadie por la calle para ver el estreno del nuevo día. Una pena.
Solo un pequeño canario, mojado y aterido, aterrizaba de pronto en el balcón del que había despegado apenas unas horas antes. Se sacudió las plumas húmedas, pió dos veces y de un corto vuelo regresó a su jaula en el interior del solitario apartamento.
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