Y de repente no anda nadie en la ciudad, ni un auto, ni perros, ni personas caminando. No hay gritos, ni llantos, ni risas. Y yo, yo solo miro por la ventana con mi gran soledad que me carcome en esta triste, fría y oscura habitación.
No hay nadie en la calle, sigo esperando, aunque sea un pequinés, para jugar, o una persona para abrazar y conversar. En esta triste habitación no hay nada, solo la ventana, que muestra el vacio de la ciudad, y un par de recuerdos que no me dejan descansar.
De repente una moto pasa, y con ella llegan muchos ruidos, gente gritando, niños llorando, las bocinas de los autos que quieren avanzar, amigos riendo pasan sin mirar, una familia feliz, y una pareja comenzando su historia de amor. Y otra vez silencio. Todos desaparecen, los semáforos funcionan en intermitente, la calle quedó vacía, es como si todos dejaran de existir, es decir, como si se esfumaran en el aire, y yo, quedo sola, en esta habitación.
La soledad avanza con los años y yo sigo en la ventana, esperando a que alguien pase y se quiera quedar. Los ruidos se repiten y se callan, otra vez, sin cesar. Nadie habla en la oscura habitación, no hay música, ni risas, siguen los recuerdos en las esquinas del cuarto. Cuando hay ruido todo es felicidad, pajaros cantando, mariposas volando, flores bellas; en cambio cuando todo se esfuma, se van los pajaros, las mariposas también y las flores se marchitan sin quedar ni una solita en pie. Todo se torna gris, el sol se esconde también, sin dejar lucir sus radiantes rayos dorados.
Alguien entró, se sintió la puerta abrir, pero no la cerró, golpeó la pared y huyó, desde ese entonces, cada persona que pasa, entra, golpea la pared y huye sin cerrar la puerta. Yo no voy a ir, no puedo moverme de aquí, estoy atada a la ventana, mirando a la calle. Se siente alguien caminando hacia mi, me dice “te quiero” y se va, no pude verle la cara, no pude imaginármelo tampoco, alguien paso por la ventana y me sonrió.
La soledad sigue presente todavía, a pesar de esas dos palabras y esa mirada de cariño, todos los días en medio de mi soledad, y de las calles vacias ese “te quiero” y la sonrisa se repite. Ya no me voy sintiendo tan solo pero sigo aquí, atado a la ventana, aun sin poder verle el rostro a esa persona que se esconde y luego aparece.
Cada vez que la escucho le digo “desátame” pero no puede, son muy fuertes las cadenas que me sostienen, no puede hace nada aun, no encuentra la llave para abrir los candados.
Se sienta detrás mio y me cuenta como es su vida, cómo es la vida de las personas que no viven en soledad, luego se levanta y se va. La soldad se queda y los recuerdos también ¿Quién diría que un desconocido, un desconocido quisiera quedarse y no las personas que te conocen? Ese desconocido se sienta todos los días y me habla, mientras que yo, yo no puedo hablarle, estoy callado, tengo miedo de que asuste y huya. Le pido que me desate, pero no puede.
Quiere saber de mi, pero le digo que no… Hoy cuando se fue cerró la puerta, porque cambió la cerradura, para que nadie más pasara y me lastimara. Se llevó la llave, y me sonrió al pasar, todavía me pregunto si sería la misma persona o solo es casualidad. La verdad es que la quiero mucho porque me cuida, y a pesar de que la soledad persiste en mi vida, hay un vacio que completó, un pedacito de mi corazón. Todos los días esa persona intenta desatar mis cadenas, todos los días me cuida, todos los días viene y todos los días sonríe. Algún día llegará el día en que esa persona pueda desatar las cadenas y por fin esta soledad termine, poder tener una vida como la de los demás y así vivir las cosas a mi manera y ser feliz por primera vez…
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