El cohete.
Mamá dice que tengo fiebre. Anoche comencé a tiritar y me acurruqué en la cama porque el calor de la fiebre hacía que me sintiera mal.
Hoy no iré a la escuela. Papá ha llamado por teléfono al director y le ha dicho que estoy indispuesto. Yo quería ir, porque a última hora toca gimnasia y he practicado mucho en casa para conseguír hacer las diez flexiones que hubieran aprobado mi exámen.
Por un lado, me alegro. Mamá me compra tebeos, me trae la comida a la cama y me hace postres especiales. Papá también está muy pendiente de mí, y cuando llega de trabajar, lo primero que hace es comprobar cómo estoy.
Por el otro, me fastidia, ya que no podré jugar con mis amigos ni ver la serie de dibujos animados que tanto me gusta.
Me quedaré sin saber qué hará Orogeo para subír la montaña de la felicidad sin la ayuda de su caballo Romero, que tiene alas y es de color rojo. La bruja Jorobas capturó a Romero y lo encerró en una cueva porque no quiere que Orogeo alcance la cima de la montaña y sea más feliz que ella. Es la última montaña a la que tiene que subír. Ya subió once, y en cada una de ellas, tuvo que luchar contra las hordas de troles, mónstruos, insectos y aves que le atacaban en cuanto le veían llegar. Con la montaña de la felicidad, Orogeo será proclamado rey de los Infusos, desterrará a la bruja Jorobas y velará por el bienestar de su pueblo.
¡Qué fastidio!
No hay nada más aburrido que estar enfermo y tener que permanecer en la cama. Me he leido todos los tebeos que mamá compró esta mañana, he jugado con el cubo mágico y he retado a Manolín desde la ventana para jugar a las adivinanzas, pero su madre no le ha dejado por miedo a que le pegue la gripe.
-Carlos, prepara la pista que voy.
Se acerca. El cohete está a punto de despegar y a mi me da mucha rabia. Me tapo la cabeza con la manta y me hago el dormido, pero mamá me destapa y me regaña con su gesto.
A la fuerza, me pongo en posición. El cohete huele a eucalipto y por eso pica. No me sirve de nada llorar. Mamá está convencida de que el supositorio me curará la gripe. Yo solo sé que cada vez que me inserta el cohete, me entran muchas ganas de ir al baño, pero ella me vigila para que no lo haga y yo protesto entre lágrimas porque me arde la retaguardia. |