TAL PARA CUAL
Daniel y Sonia eran palo y bocha de un mismo balero, cerradura y llave, cacerola y tapa, dos medias de un mismo par. Aquella mañana se levantaron, como todos los días, se asearon, desayunaron, y como todos los días, salieron hacia sus respectivos trabajos. Él caminó tres cuadras hasta la parada del 37, cuando estaba llegando vio pasar uno raudo y velóz, como de costumbre maldijo su suerte, seguro ahora se iba que tener que bancar una larga espera hasta que viniera el próximo. Llegó a la parada, miró a su izquierda y por supuesto no había indios a la vista, este pensamiento era recurrente, porque el hecho de hacer visera con la mano para evitar el sol que le daba de frente, lo hacía acordar a aquellos personajes de historietas, de indios y milicos de fortines, oteando el horizonte, y esto a la chanza chabacana de, “ ponete como mirando si vienen los indios”. En la sonrisa de sus labios puso un cigarrillo, para acortar la espera, y cabalísticamente para que el colectivo lo obligara a tirarlo recién prendido. Tenía una particular animosidad contra ellos y más aún contra sus conductores, gente de mierda, se decía. Habían nacido así o se hicieron?...se preguntaba, canturreando “semos los coletiveros, que cumplimos nuestro deber…”
Pero se lo fumó hasta el filtro, siguió esperando, y cuando ya estaba por encender otro, vio que algo verde venía por la avenida, miró el reloj, las ocho y veinte, otra vez iba a llegar tarde.
Ella estaba a cincuenta metros de la parada, vio al colectivo arrancar cerrándole la puerta en la cara a un tipo que iba corriendo tratando de alcanzarlo. Eso no la amilanó, levantó la mano moviendola de izquierda a derecha como un limpia parabrisas y puso en su cara una seductora sonrisa, capaz de lograr la buena onda del más colectivero de los colectiveros, quien en una brusca frenada desparramó a varios de los que iban parados y hocicar contra el respaldo delantero a los sentados. Subió con un, gracias y su sonrisa puesta, marcó la tarjeta y a la mitad del pasillo las reiteró al que le cedió el asiento.
Daniel extendió su brazo, cuando el bondi paró, comprobó, que según lo previsto venía hasta las pelotas de pasajeros. Por suerte para desgracia alcanzó a subir, sacó boleto, hizo un paneo hacia el interior y en vez de correrse al fondo del pasillo, como lo hacía habitualmente, se detuvo. En realidad lo detuvo una mujer. Tercer asiento a du derecha del lado de la ventanilla…El más hermoso rostro que viera en su vida. Todo era armónico y bello. Pelo, piel, boca, nariz y lo que más lo sedujo, los ojos. El espejo del alma, así decían. Se detuvo a una prudente distancia para poder mirarla y disfrutar de esos ojos que hacían un travelling distraído hacia el exterior. Y se quedó engordando el ojo, voyeuriando el espectáculo. Por suerte ella no lo miraba, el pudor no le hubiera permitido sostenerle la mirada. De pronto ella alzó la vista, se irguió del asiento, lo miró a los ojos y con una voz tan dulce como su rostro le dijo. -.- Siéntese abuelo…,
La invitación lo sopapeó. ¿ Estaba tan arruinado con sus treinta y cinco años, como para que lo vieran como a un viejo ?... La sangre se le agolpó en la cabeza paralizando su cuerpo y su mente. Un tembloroso .- Con permiso joven… que venía abriéndose paso desde su derecha lo hizo reaccionar. Era un anciano destartalado que pugnaba por sentar su osamenta. Absorto como estaba en su contemplación no lo había registrado. Respiró aliviado, de le dibujo una sonrisa. Cómo se le pudo ocurrir que se dirigía a él?...Fue porque ella le clavó los ojos, de eso estaba seguro, pero no lo había invitado a sentarse. Más bien lo había hecho a conocerla. Vamos Daniel, carajo !... Con lo que él pensaba que era su expresión más ganadora, le dijo.- Qué susto me pegaste. .- ¿Por?...Interrogó ella, con la voz, la mirada y la sonrisa.
.- Pensé que me tratabas de abuelo…
.- Ay no, si debés tener mi edad. Vos me ves como tu abuelita ?... Él no le dijo como la veía. Siguieron el viaje hablando vaguedades, se bajaron juntos, se dijeron sus nombres, teléfonos, se dieron un piquito de despedida, los dos llegaron muy tarde al trabajo y se fueron pensando que gracias al colectivizar, el abuelo, y vaya a saber cuántas causas fortuitas más, ellos, como esa mañana, todas las mañanas, se levantarían, asearían, desayunarían y tomarían el colectivo juntos, porque eran tal para cual.
neco perata
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